miércoles, 10 de febrero de 2021

Las retenciones, la mesa y la renta

 


Por: Carlos Almenara
Mendoza, 10 de febrero de 2021

Se vuelve a hablar de retenciones a la exportación de granos y, dada la estructura económica argentina, salvo por hecatombes coloniales o regímenes macristas, que es decir cosas parecidas, necesariamente volvemos a discutir este instrumento difícilmente reemplazable.

Lo que llamamos “retenciones” son derechos que se pagan por la exportación de determinados productos. Suele ser disímil entre productos. Así, mientras hay ventas al exterior de productos que cobran reintegros y subsidios, otras pagan estos derechos.

En nuestra historia, la Aduana ha sido una institución primordial. Su manejo fue el origen de buena parte del conflicto de unitarios y federales; y la posibilidad de burlar sus normas, el contrabando, fue la actividad de mayor impacto económico en la Buenos Aires colonial.

Desde la organización nacional, el cobro de retenciones ha sido una fuente muy importante de financiamiento fiscal.

Entonces, primera razón para pensar en retenciones: allegan recursos al Estado, como cualquier impuesto.

Sin embargo, las retenciones a las exportaciones tienen particularidades muy especiales.

¿Qué exporta Argentina? Principalmente alimentos. Aquí radica el motivo de la actualización de la discusión. Si, por ejemplo, el maíz se exporta, ese maíz no está disponible para el consumo interno. El maíz es también alimento de pollos y cerdos y tiene incidencia en el costo de la carne.

Que se exporte no afecta solamente las cantidades sino también los precios. Los productores, acopiadores, cerealeras, frigoríficos, no tienen ningún inconveniente en vender su producto en Buenos Aires, Posadas, La Quiaca o Río Gallegos. Pero de ningún modo lo harán a un precio menor del que cobran si lo exportan.

Los últimos dos meses vemos una aceleración de la inflación impulsada por alimentos. Se da en paralelo al aumento del precio internacional de los granos y a la demanda récord de carne para exportación.

Acá aparecen las retenciones a las exportaciones como instrumento apto para evitar estas subas, para intervenir en el comercio internacional y en la “mesa de los argentinos”. Establecer retenciones adicionales a la exportación de maíz o gravar la exportación de carnes, por caso, inmediatamente produce una baja en los precios internos.

El principio sigue siendo el mismo, al productor le resulta indiferente vender a un supermercado de San Juan o a una cerealera que exporta a Lejano Oriente, siempre que el precio sea el mismo. Si ahora, lo que recibe de la exportadora disminuye, disminuye lo que pretende cobrar al supermercado sanjuanino.

Segunda razón para cobrar retenciones a las exportaciones: bajan los precios de la comida en Argentina. No parece necesario argumentar que esto es muy importante en nuestro país, empobrecido y hambreado.

El argumento vale para cualquier uso alternativo del suelo de la pampa húmeda. ¿Qué nos afecta a nosotros el altísimo precio de la soja si (casi) no comemos soja? Nos afecta en que en lugar de producir trigo, por ejemplo, los campos producirán soja, habrá menos trigo, tanto menos hasta que su rentabilidad se aproxime a la del campo de soja. El precio del trigo aumentará, entonces, de modo proporcional al aumento del precio de la soja. La retención a la soja nos baja el precio del pan.

Lo que conseguimos aquí es separar la cotización internacional de los granos de los precios internos.

¿De qué otro modo podríamos conseguir el objetivo de separar el precio internacional del interno en alimentos?

En los años ’30 del SXX se constituyó una “Junta Reguladora de Granos” con funciones relativamente limitadas. Durante el primer y segundo gobiernos de Juan Domingo Perón el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) centralizó todo el comercio exterior. Estableció precios sustentables para los productores y para los consumidores argentinos.


Otro mecanismo podría ser establecer distintos tipos de cambio, por ejemplo, uno comercial, otro financiero, otro turismo. Claro que aquí no sería posible discriminar entre productos con muy diferentes estructuras de costos y competitividad internacional.

Y aquí nos acercamos a los planteos de uno de los más lúcidos intelectuales argentinos, Aldo Ferrer. Lamentablemente se nos fue en 2016, quizás con pocas ganas de ver lo que se venía. Lo dejó por escrito. En sus últimas intervenciones públicas le pedía a Macri que no searrodille ante los buitres. Pobre ángel.

Ferrer pasó parte importante de su tiempo los últimos años de su vida intentando hacernos comprender que las retenciones a las exportaciones de granos no eran, principalmente, un problema “de apropiación de renta”. Lo que allí se definía no era fundamentalmente cuánto recaudaría el Estado, antes y más importante que eso, cuando se discutían las retenciones se decidía QUÉ PRODUCIRÁ Argentina.

Soñaba un país con “densidad nacional” basado en una estructura productiva diversificada. Y para que hubiera diversidad debían ser rentables las distintas actividades que se realizaban. Y para ello, los sectores que tienen ventajas comparativas deben tener un tratamiento distinto de aquellos en los que esa ventaja hay que crearla. Las retenciones son una herramienta ideal para esto.

Veamos.

¿Se puede producir soja? Por supuesto. Con un dólar de $20 seguiría siendo rentable porque la feracidad de la pampa húmeda es única en el mundo. Entonces se puede producir muy rentablemente soja con un dólar a $ 87,25 y pagar una retención del 50, del 60% y aun así ganar plata. Buena plata.

¿Se puede fabricar acoplados y semirremolques con un dólar a $87,25 o serán más baratos los acoplados y semirremolques importados de Brasil u otros orígenes? Y, allí hay que ver. Si no hay regulación del comercio exterior, Argentina no podrá fabricar acoplados porque será más barato importarlos. Si llegaramos a conseguir exportar remolques, que es vender trabajo argentino al exterior, de ningún modo tendríamos que ponerle retenciones.

Ferrer quería que produzcamos soja (industrializada lo máximo posible) pero también que nuestra industria metalúrgica haga remolques (uso este caso como ejemplo aleatorio de la diversidad productiva). Es más, una de las propuestas de Ferrer AAM (Antes del Apocalipsis Macri) era desarrollar una fábrica estatal de autos, como punta de lanza de desarrollos tecnológicos en áreas diversas, un auto íntegramente argentino (eventualmente, íntegramente Mercosur).

Aquí hay una tercera razón para poner retenciones: construir una Argentina con una industria posible, con diversidad productiva, en que todas las actividades sean razonablemente rentables.

¿Queremos una Argentina pastoril y colonial, con una producción primarizada extractivista o queremos, además de lo que nos ofrecen nuestras ventajas comparativas, una industria pujante, con tecnología vernácula?

Por supuesto, toda esta discusión se da en un marco político en que lo que se juega es también quién manda, y los sectores del privilegio no se resignan al poder democrático.