martes, 25 de diciembre de 2012

Deliberación

La configuración que han decidido darse buena parte de las fuerzas políticas opositoras dificulta el debate político. Al calor del desacato a la Ley de la principal corporación mediática argentina, han elegido el camino de la erosión y la desestabilización. Fracasarán, el gobierno nacional tiene una holgada legitimidad y apoyo popular para impedir aventuras alocadas. Es una pena que se resistan a discutir qué país quieren. Empobrecen la discusión democrática. En definitiva, independientemente de cómo las élites políticas opositoras realicen sus ejercicios de esgrima; de fondo, subyacente, hay un pueblo, hay una democracia cuya realidad excede largamente los avatares de los representantes o de las élites. Y lo que afecta al conjunto y hay que discutir, máxime en un contexto con tanta información trucha, con tanto lugar común manipulado, son los proyectos de país que están en juego. Una sociedad democrática siempre requiere una utopía de deliberación. La idea del Ágora de la Atenas clásica permea todas las concepciones de democracia. Es claro que ni aún en aquella Grecia la participación estaba exenta de problemas. Esclavos, inmigrantes y mujeres no formaban parte de los ciudadanos con derecho a la participación política. Aún así la idea de la Asamblea griega ha marcado todas las concepciones de democracia, que no pueden dejar de dar cuenta de cómo el pueblo se hace presente en el ágora. Las sociedades han construido distintas concepciones de democracia. La democracia liberal, representativa, fundada primariamente en un sistema de pesos y contrapesos destinado a poner límites al poder del Estado, es la concepción que imperó en buena parte de occidente. El riesgo para la “democracia” en esta visión está en un Estado demasiado poderoso. Cuando las empresas multinacionales están en condiciones de devastar países y poner en riesgo el planeta mismo, entre otras cosas, porque producen el calentamiento global, es bueno preguntarse qué vigencia tiene esta concepción. No es un dato meramente ilustrativo recordar el rol cada vez más destacado de los “contratistas”, mercenarios actuales, en las guerras imperiales de Estados Unidos y la OTAN. Es decir la guerra imperial privatizada, tercerizada, cuestión de “derecho privado”. El derecho “democrático” de los yankis a matar tercermundistas. Pero esta idea de democracia no es la única. Aún dentro del mismo Estados Unidos, esta idea discute con otra: democracia es pluralismo. Allí, entonces, la democracia se juega en la existencia de discursos y proyectos diversos. Verdaderamente diversos no es falsamente diversos. Las opciones políticas principales en el apogeo neoliberal eran opciones falsamente diversas, opciones que simulaban discutir pero que coincidían en lo principal, lo que hoy se invoca como “consenso”. Ese falso pluralismo o consenso de Washington, sería más o menos así: ud. puede discutir si el candidato A es simpático, si tiene una linda familia o (con más pimienta) detalles de su vida privada pero no puede discutir qué política económica aplicar. Otro concepto de democracia hace centro en la igualdad. No se tiene posibilidad de libertad si no se tienen iguales medios para discutir y participar. Será más democrática en esta concepción aquella sociedad que ha generado los mecanismos para no excluir ninguna parte del pueblo del piso material de ciudadanía. Varios de los llamados populismos de nuestro continente tienen relación con esta concepción de democracia que pone en primer plano la necesidad de ampliar la ciudadanía, tanto política como social, económica y cultural para vastos sectores de la población. También está permanentemente presente la democracia directa como anhelo que regula cualquier instancia asamblearia, instituyente o no. En todas las concepciones, en todas las ideas de democracia, es necesario dar cuenta, justificar, cómo se conforma la voluntad popular. Cómo se construye la decisión democrática es una cuestión que cualquier sistema que se defina como democrático debe responder. En todos existe una cierta utopía de deliberación. Los parlamentos fueron durante gran parte del siglo XX el lugar por antonomasia de conformación de la voluntad democrática en occidente. Pero también las repúblicas comunistas daban y dan respuestas a aquella pregunta. En última instancia el congreso del Partido opera como ámbito de constitución de esa voluntad. Hay un lugar donde se discute y la palabra toma valor. Y lo que se discute no es si un representante tiene una o un amante, no se discuten las opiniones sobre el contrincante. Se discute qué política seguir. ¿Y nosotros? ¿Dónde discutimos qué política seguir? Nuestro parlamento está en gran medida invisibilizado por el gigante mediático o cuando es mostrado se lo hace según el guión Magnetto. Nuestra democracia, como otras en el continente, aspirando a más, respeta plenamente los pesos y contrapesos de la división de poderes. Está vacante el lugar de la oposición en términos de la discusión de proyectos. Cuesta entender por qué la derecha no discute su proyecto. Cuesta entender por qué no asume un lugar de enunciación y defiende un cuerpo de valores. Las políticas de Derechos Humanos, la política de industrialización, la política jubilatoria, la concepción latinoamericanista, la defensa de la dignidad nacional como capacidad de decisión autónoma en cualquier foro, entre muchas otras señalables, son políticas en que el kirchnerismo ha innovado en la corriente más recorrida de la historia argentina. No alcanza con que digan que no le creen al gobierno. Ya no importa qué opinan del gobierno. Comienzan a flotar en el aire las preguntas para ustedes: ¿Ustedes están de acuerdo con juzgar a los genocidas? ¿Ustedes están de acuerdo con defender la industria argentina? ¿Aún a costo de un eventual dolor de cabeza porque nos cuesta encontrar algún repuesto? ¿Ustedes están de acuerdo con que el sistema jubilatorio sea administrado por el Estado? ¿Están de acuerdo en que actúe como atemperador de las diferencias sociales? ¿O creen que “quien más aportó más cobra”, reviviendo la idea de la capitalización? ¿Están de acuerdo con el latinoamericanismo? ¿O prefieren el libre comercio con Estados Unidos? Estas y muchas otras preguntas son relevantes para que los sectores opositores digan qué quieren, para que esbocen proyectos políticos que puedan confrontar, para ganar dignidad de las mismas fuerzas opositoras que bien harían en desmarcarse de la tutela corporativa.

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