sábado, 1 de junio de 2019

Una economía para el pueblo y los trabajadores

patagonicom.com
¿Tenemos trabajo? ¿Podemos vivir dignamente de él? ¿Podemos ahorrar, comprar algún bien de capital? ¿Y pensando en el conjunto, crece la economía del país? ¿Hay mucha pobreza e indigencia? ¿Hay mucha desigualdad? ¿Qué productos se hacen en el país?


Estas, y muchas otras preguntas posibles, son cuestiones atinentes a los aspectos materiales de la vida, tanto personal (o familiar) como en comunidad. Es innecesario decir que son asuntos decisivos. En situaciones críticas se refiere a comer o no comer, tener techo o no tener, pero que involucran también necesidades que exceden la sola subsistencia. Un proyecto de vida, de una vida buena, requiere que la satisfacción de necesidades básicas esté a nuestro alcance.

Preguntarse por estos asuntos (que nos llevan casi todo el día y nos condicionan el resto del tiempo) es natural y esperable para toda persona que ejercite sus dotes para reflexionar sobre lo que le ocurre. Tener una explicación para “por qué pasa lo que pasa” en cuanto a lo material de la vida es central para todos nosotros.

Por supuesto hablamos de lo que en la academia sería el campo disciplinar de la “economía”.

Si hacemos caso a las explicaciones que bajan de, por ejemplo, la mayoría de las Facultades de Ciencias Económicas, por lo menos en su corriente principal, llegaremos a la conclusión que estamos condenados a laburar como burros para vivir como tales sirviendo a los dueños de la granja. Y para los economistas que ud. conoce de la televisión o los que enseñan en las Facultades, esa situación es el súmmum de lo justo, sano, equilibrado, necesario para el óptimo productivo.

Es que los economistas profesionales, como sostenía el gran John Kenneth Galbraith, tienen la tendencia a sostener justo aquellas tesis que vienen como anillo al dedo a los ricos y poderosos. Él la llamaba “virtud social conveniente”. Los ricos y poderosos los recompensan con premios Nobel, figuración mediática, cargos universitarios y otras lisonjas.

El conocimiento económico ortodoxo, ese que justifica como “justa” la diferencia de clases sociales y la distribución desigual de la riqueza, es una falacia enorme. Una gran mentira. Un engaño grande como grande es la desigualdad actual en el reparto de la torta, la mayor desigualdad en la historia de la humanidad. Es decir, es una mentira que hace daño, mucho daño.

La primera mentira es el recorte arbitrario. De hecho, no existe la “economía”. El campo disciplinar, desde la constitución más o menos clara de su objeto, con autores señeros como Adam Smith o David Ricardo, no es ninguna “economía”, es “economía política”. El recorte se lo debemos a un economista británico, Alfred Marshall, quien a fines del S XIX, dijo: acá se acabó la discusión, esto es lo mejor que alguien podrá pensar nunca jamás, de ahora en más todo será un modelo cuyas bases ya conocemos y, entonces, nada de política, economía a secas. Y así, como a mí me gusta.

Parafraseando al pensador posmoderno de derecha Francis Fukuyama, podríamos decir que el “fin de la historia” llegó a la economía política a fines del S. XIX.

Si nos adentramos en las premisas que sostienen el edificio del pensamiento económico ortodoxo encontramos la que probablemente sea la caterva de bolazos más grande en la historia de la ciencia social. Como dijimos, el primer bolazo, querer sacarla del ámbito de la ciencia social. El bolazo de la racionalidad de los agentes basados en la utilidad marginal es otra de las grandes falacias de la ortodoxia pero no podemos desarrollar la explicación aquí.

Como sostiene quien probablemente sea el epistemólogo argentino más reconocido en el mundo, Mario Bunge, esta economía ortodoxa es la más peligrosa de las “pseudociencias”, conocimientos que se presentan con ropajes científicos pero que no resisten un mínimo análisis de consistencia epistémica. Y es peligrosa porque conduce al hambre a millones de personas.

Discutir estas cuestiones no constituye ninguna abstracción. Cuando Macri, que ha saqueado nuestro país, nuestros ingresos y llevado al hambre a millones de argentinos, dice las bobadas que dice en relación a la economía y comete las atrocidades que comete con sus medidas de gobierno, lo que hay detrás, además del peor ladrón que conoció el Sur de América, es un fundamentalismo ortodoxo que, por supuesto, jamás discutirá públicamente con nosotros. Para eso tendría que aceptar la democracia y ello no ocurre.

Será más fácil conseguir sacar a Macri que cambiar los fundamentos conceptuales de políticas que ponen al Estado al servicio de la concentración del ingreso.

Para eso, aunque nada nos garantice el triunfo, será condición necesaria construir un nuevo cuerpo de conocimientos que nos explique cómo funciona la dimensión material de nuestras vidas en sociedad. Una nueva economía política, que deslegitime radicalmente los dogmas neoliberales y se asiente sobre nuevos paradigmas.

Quizá el primero de ellos deba ser que, como dice Jacques Ranciérè, la igualdad no es un lugar al que se llega luego de un arduo trabajo político y social, sino todo lo contrario. La igualdad es el punto de partida. Somos iguales, ahora discutamos por qué vos sos millonario y yo no tengo para comer.

O como sostiene el precepto cristiano “los seres humanos somos iguales ante Dios”. O como estaba inscripto, según algunas versiones señalan, en el facón del Chacho Peñaloza: "Naides, más que naides, y menos que naides".

1 de junio de 2019.