domingo, 22 de mayo de 2022

Por qué es útil aumentar las retenciones a las exportaciones de granos


Por Carlos Almenara

Si empiezo diagnosticando que constituyen un grave problema, en la Argentina de hoy, la inflación y el precio de los alimentos, usted, lector, se va a leer otra cosa. Es que por sabido no deja de ser un punto de partida.

Los precios son establecidos, según cuentan, por mecanismos de mercado. Lo que es seguro es que los ponen las empresas, en cada etapa de la cadena de distribución: producto terminado, mayorista, minorista (uno, dos, tres niveles).

Señalé de modo escéptico los “mecanismos de mercado” porque, dando por buena la teoría, lo cual requiere un ejercicio de fe, aún para ella, para la teoría ortodoxa de la economía, los “mecanismos de mercado” funcionan cuando los mercados son de “competencia perfecta”. Esto quiere decir que hay una cantidad tal de vendedores y compradores, y los volúmenes que transa cada uno son tales, que ninguno individualmente tiene una influencia significativa en los precios o cantidades comerciadas. Tome usted, estimado lector, en consideración el bien que desee. Puede ser una lavandina, un jabón de tocador, una cerveza, una leche, una gaseosa, un paquete de fideos, le invito a extender la lista. Por cada producto que analice encontrará que una, dos, tres, cuatro o cinco empresas productoras controlan, con seguridad, más del 50 ó 60% de lo producido y vendido en el país. Doy números conservadores, en realidad, la concentración oligopólica es muchísimo mayor. Bueno, entonces, no hay “competencia perfecta”. Y, entonces, aquello de “los mecanismos de mercado” sólo lo podemos decir con los ojos entrecerrados y mirada de sospecha.

Hecha la salvedad, hagamos como si a los precios “los determinara el mercado” y entonces preguntémonos ¿si eso fuera así qué podría hacer el Estado para que la comida no sea tan cara?

Es la pregunta que ha vuelto a poner sobre la mesa la posibilidad de un aumento de las retenciones a las exportaciones de granos sobre las que el secretario de Comercio Interior se ha manifestado a favor, y como usted, querida lectora, ya habrá deducido, el autor de estas líneas, también. Es más, en una declaración extraña, “desmentida” por su ministro de Agricultura, el propio presidente señaló a las retenciones como el mecanismo válido para desacoplar los precios internacionales de los precios internos. Tiene razón Alberto Fernández, las retenciones son útiles para que lo que pagamos los argentinos no sea “el precio en dólares”.

Uno se aburre un poco de decir las mismas cosas. Redacté no menos de diez notas sobre el mismo tema desde 2008. Algunas de ellas hasta las publicaron socios de Magnetto, cosa que hoy sería imposible. Por supuesto nunca nadie refutó los argumentos, pero una cosa es tener razón y otra cosa tener poder. Y el poder en Argentina lo tuvieron y lo tienen los que no quieren las retenciones.

Pero vamos por partes.

¿Qué medidas podría tomar un gobierno para bajar el precio de los alimentos?

- Podría, como piden las grandes fábricas, subsidiarlas, otorgar créditos, poner plata en ellas. ¿Por qué habrían de bajar los precios? Supongamos que nos responden, porque aumenta la producción. En ese caso, diremos dos cosas: uno, lleva tiempo, la producción suele estar en el límite de la frontera de posibilidades; dos, y más importante, la demanda internacional tiene elasticidad tendiendo a infinito, es decir, toda la producción adicional será exportada a los precios internacionales y aquí no bajará el precio.

- Otra cosa que también reclaman los productores es que “les bajen los impuestos”. El razonamiento es idéntico. Que un empresario pague menos impuestos no tiene por qué hacer que baje los precios. Seguro, aumenta su ganancia, pero bajar los precios... no hay relación necesaria. Mucho más siendo oligopólica la estructura productiva.

- Podría armar un fideicomiso para intervenir poniendo plata estatal para pagar una diferencia entre el precio interno y el internacional. Es lo que intenta el gobierno nacional. Veremos. Por lo pronto será el juego que se hace tradicionalmente en nuestro país: Todos Ponemos, Ellos Toman Todo.

Las dos primeras medidas son ineficaces, la tercera es carísima. Las medidas que sí son aptas para bajar los precios de los alimentos en un país productor como Argentina son los cupos y las retenciones a la exportación.

Quien mejor ha explicado este problema fue el gran Aldo Ferrer, que murió en 2016 pidiéndole por favor a Macri que no se arrodillara ante los buitres. Que no hacía falta, imploraba. Ustedes saben cómo siguió esa película (de terror).

Antes de eso, Ferrer explicó las retenciones a las exportaciones y “gritó” lo más fuerte que pudo que las retenciones no eran un problema de los recursos a recaudar. Esto es, contrariamente a la interpretación que por confusión o interés se plantea, no hay que pensarlas como un impuesto. El problema central no es la “caja”, lo principal es su incidencia determinante en qué hacemos los argentinos.

Para explicarlo, Aldo Ferrer utilizaba el concepto de la “enfermedad holandesa o maldición de los recursos naturales”. Refleja la situación de Países Bajos ante el hallazgo de inmensos reservorios petrolíferos en el Mar del Norte. Por supuesto, las falencias expositivas no son adjudicables al gran Aldo sino a mí. Sería más o menos así, todos números inventados: Holanda produce televisores Philips. Supongamos que fabricar un televisor a Philips le cuesta 80 florines, lo exporta en dólares, a 10 dólares, siendo 1 dólar = 10 florines, Philips cobra 100 florines, gana 20 florines por cada televisor. Aparece petróleo, Holanda deja de importar y además exporta petróleo. Entran dólares. Muchos dólares. Al haber muchos dólares, el dólar se hace más barato. Se aprecia el florín. Supongamos, 1 dólar = 5 florines. ¿Qué pasa con Philips? Philips sigue teniendo un costo por televisor de 80 florines, pero el precio al que lo puede vender en dólares no cambió, lo sigue vendiendo a 10 dólares, pero ahora 10 dólares son 50 florines. Ahora Philips tiene 80 florines de costo y 50 florines como precio de venta, ¿qué pasa? Philips no puede exportar más televisores, sin intervención estatal, tampoco venderá en la propia Holanda porque los televisores importados serán más baratos. Conclusión: el hallazgo de abundantes recursos naturales primarizó la producción y conspiró contra la industria.

El caso es absolutamente asimilable a la Argentina. Nuestro “petróleo”, es decir, aquella producción en que tenemos ventaja comparativa, es la soja (y otros granos) en la Pampa Húmeda.

Aldo Ferrer sostenía que Argentina necesitaba una economía diversificada y que para que ello fuera posible era necesario establecer tipos de cambio diferenciales que permitieran equilibrar rentabilidades entre aquellas producciones más eficientes en los mercados internacionales con aquellas otras que no lo son tanto pero que ofrecen perspectivas promisorias.

Por otra parte, desde la perspectiva que se da hoy el debate, algún tipo de intervención estatal en el comercio internacional define, virtualmente, sobre la posibilidad de comer o no y qué comer de muchos hogares.

Las retenciones y los cupos, efectivamente, como sostuvo el presidente, despegan el precio internacional del interno. Es decir, el porcentaje de retenciones que se aplique será qué tanto más barato pagaremos los argentinos ese grano en relación a lo que se paga en el mercado internacional (“en dólares”).

En un contexto en que se convierte en tema de la ONU una eventual hambruna mundial, habría que tener todos los recursos a la mano y de una vez por todas impedir que el poder faccioso condicione la democracia y la vida de los argentinos.

Recordar el fino análisis de la herramienta de las retenciones a las exportaciones de granos que hacía Aldo Ferrer, que precisaba flexibilidad para que no se vieran alteradas las rentabilidades de las producciones según los vaivenes de los precios internacionales y de modo de ir compensando distintos productos con distintos niveles de retención, nos remite, lamentablemente, a la prostitución macrista que todo lo corrompió. El vendepatria que prometió eliminar las retenciones, las reimplantó, pero él sí, para hacer caja. Puso $ 3 por dólar exportado, lo mismo para máquinas que para soja, que para vino o aceitunas. Por supuesto, es insólito que paguen la misma retención productos tan disímiles. Otro caso de perversión infame de la mafia que asoló el país.

He sostenido que los cupos y las retenciones a la exportación de granos son instrumentos valiosos y necesarios para el despliegue de la diversidad económica nacional y para cuidar la mesa de los argentinos. A ello hay que agregar, algo que hoy parece lejano pero que no debería serlo, la recuperación de una experiencia del tipo del IAPI, el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio que monopolizó el comercio exterior durante el primer peronismo.