sábado, 8 de mayo de 2021

Contra la soberanía y la democracia

 


Por: Carlos Almenara

Las declaraciones de Patricia Bullrich el día 27 de abril acerca de que le “podríamos haber entregado Las Malvinas a Pfizer” es uno de esos hechos por los que uno dice “paremos el mundo”. Es absurdo que el orden de las cosas siga igual después de eso, aunque en realidad no debería sorprendernos.

 


El desprecio, la burla a millones de argentinos, a valores compartidos, a himnos cantados y actos realizados en los patios de las escuelas, el flagrante y descalificante agravio a la Constitución que debería inhabilitarla a la participación política, son parte de un pensar un sentir de la derecha que tiene tradición y novedad.

Por supuesto, el cipayismo, el ponerse al servicio del imperio colonial, está en el ADN de los sectores oligárquicos en Argentina. El desprecio por el pueblo, el desdén por el territorio, el favor al poder extranjero si es europeo o estadounidense, es tradición pura en la derecha.

Lo que dice Bullrich tiene todo ese acervo pero tiene también novedad. Es expresión cabal del macrismo en este sentido. El macrismo fue (es) la derecha tradicional pero también cosas nuevas, fue (es) la dictadura pero dicha de otra manera. Bullrich trae la novedad de la desfachatez y la locura.

En sintonía con el renacer de los fascismos, el macrismo hace estallar la lógica y los discursos. No hay deliberación posible porque no hay ninguna posibilidad de establecer la mínima comunidad idiomática y lógica. Emplearán todas las trapisondas imaginables para prostituir cada uno de los significados, sacarán de contexto, literalizalirán la metáfora, metaforizarán lo literal, invertirán los sentidos, pervertirán la historia.

Nadie duda (o nadie debería dudar) que el más puro pensamiento de la conducción macrista es entregar Malvinas. En la imagen vemos un reportaje realizado a Macri en 1997 en que ya sostenía que Las Malvinas serían un fuerte déficit.

 


Toda una vida sosteniendo lo mismo.

Pero no debería sorprendernos. En eso son pura tradición. Desde nuestra independencia, y antes, tuvimos una buena porción de clase dirigente, mayoritariamente porteña pero no únicamente, que estuvo dispuesta a servir al imperio británico. Tuvimos representantes de la oligarquía terrateniente que operaron para dividir en distintos países débiles lo que debió haber sido uno único y fuerte. Al menos Bolivia, Paraguay y Uruguay no debieron, por historia y geografía, ser países distintos de Argentina. La oligarquía porteña, con su puerto y sus contrabandistas millonarios y coimeros, no tuvieron ningún interés en construir un país. Ni en aquellos años ni ahora. En eso, el macrismo es pura tradición.

También hay novedad, dijimos. La desfachatez y el desquicio.

Bullrich cometió un error y se dio cuenta de inmediato en la entrevista. Efectivamente, su pensamiento y el de su fuerza política es radicalmente entreguista, ella cree en lo que dijo, su error es que el aprendizaje de esta derecha consiste en que jamás se debe plantear esas cuestiones en público. El macrismo reniega de una condición esencial de la democracia, la deliberación. Ellos no tienen nada que plantear ni nada que discutir. Cada palabra que digan en algún escenario público, ya sea canal de televisión, diario, radio, redes sociales, acto público, será un engaño, una trampa, una mentira. Sólo se la puede leer en clave de propaganda proselitista sin esperar encontrar ni una sola verdad. No estará allí ni su plan de gobierno, ni su cuerpo de ideas, ni sus diagnósticos. Nada de eso, ellos no tienen nada que discutir.

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¿Cuál es su plan entonces? En eso son pura tradición, son la dictadura, pero saben que no deben decirlo. Ese no decirlo reniega de la discusión y en ese sentido ya no son como “La Nación”, de Mitre, “tribuna de doctrina” y, por otro lado, extreman los recursos para que ese debate no pueda producirse. Nos vuelven locos. Su discurso es un discurso de locos. Sin lógica, con significados invertidos. Allí la novedad del macrismo.

Esa tradición de desapego a la soberanía nacional no es solamente territorial. Horadar el imperio estatal sobre nuestro territorio se corresponde con la idea misma de Estado de este sector político. Y finalmente va contra el fundamento de legitimidad de toda soberanía: la soberanía popular.

Por eso las declaraciones de Bullrich deben asociarse a las de Marcelo Longobardi:


La democracia no es para Argentina, dice Longobardi. Es el pensamiento de siempre, con el que hicieron más de cinco golpes de estado, desaparecieron más de 30.000 argentinos, mataron, torturaron, robaron, secuestraron bebés. Las caras amables que intentan presentar de ellos las señales de televisión y radio no disimulan que son lo mismo.

Y hay que combatirlos como lo que son: fascistas golpistas. Nada que discutir, que por otro lado, como dijimos, no se puede. Contra ellos, combatir.