sábado, 4 de abril de 2020

Las mascarillas del sistema



Por Carlos Almenara*

El presente, dramático, doloroso por las consecuencias sanitarias de la pandemia, es, desde el punto de vista analítico, apasionante para desentrañar algunos dilemas conceptuales que están siendo puestos a prueba.

Son muchos, uno de ellos, el método de asignación de recursos capitalista, de libre empresa.

Si se abre en sus primeras páginas un manual de economía, de los canónicos, es posible que se encuentre para “economía”, una definición tal como: “la Economía estudia cómo las sociedades administran los recursos escasos para producir bienes y servicios, distribuirlos entre los distintos individuos[i].

La ortodoxia económica tiene una respuesta estándar para ese “cómo las sociedades administran” desde finales del S XIX y principios del S XX: la maximización de la utilidad de los agentes llevará al uso óptimo de los recursos escasos. Es una versión aderezada con dibujos de símbolos matemáticos de lo que Adam Smith llamó la “mano invisible”.

Veamos qué nos dice la pandemia.

En los países capitalistas del primer mundo no hay mascarillas ni respiradores. En el nuestro no hay alcohol en gel, y estamos lejos de ser de lo peor de la región.

No hace falta explayarnos, los relatos que llegan de Italia y España son aterradores, inconcebibles para países que estimábamos con instituciones capaces de responder a desafíos. Cientos de muertos por falta de respiradores.

Estados Unidos, otro tanto. Las declaraciones de Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, relatando el modo en que debe competir como en una subasta con otros gobernadores por comprar respiradores[ii], deberían quedar registradas en todas las academias de Ciencias Sociales. Cuomo le dice a Trump, “compre ud. toda la producción y luego distribúyala, no deje que los gobernadores pujen por ella, confísquela si es necesario”.

Las economías capitalistas más sofisticadas no pueden abastecer mascarillas y respiradores.

Pueden fabricar automóviles sofisticados pero no mascarillas.

Toda la economía ortodoxa se enfrenta a una desmentida desde sus pilares. El mecanismo de asignación de recursos que pregona la ideología de la libre empresa fracasó de modo categórico y tenebroso.

En Oriente, a la inversa, no faltaron mascarillas ni respiradores, al menos en magnitudes comparables. No es solo el caso de China y su conocido hospital construido en 10 días sino también de países vecinos, como Corea del Sur o Japón.

Claro que allí, la asignación de recursos críticos no quedó en manos de empresas. Fue el Estado quien realizó una planificación exhaustiva.

Algunas de las noticias de estos días incluyen que Israel puso al Mossad, su conocidísima agencia de inteligencia, famosa por sus acciones clandestinas, a conseguir mascarillas y respiradores. Que un gobernador francés se quejó amargamente ante cronistas de prensa diciendo que cuando estaban subiendo al barco el contenedor de barbijos, que ya habían pagado y le remitían desde China, llegó un negociador estadounidense que compró en el puerto el contenedor completo y desvió su destino.

En los hechos, cuando las papas queman, el poder soberano de los Estados ha podido más que la idea boba de globalización sin barreras.

Seguramente esta será una de las claves principales del mundo post pandemia. Y ojalá sirva para descartar los postulados de la economía ortodoxa, en palabras del recientemente fallecido Mario Bunge, la más peligrosa de la pseudociencias, la responsable de muerte y padecimientos de cientos de millones de seres humanos.



[i] Mochón, F. y Beker, V; Economía. Principios y aplicaciones. 4ta ed. Mc Graw-Hill, México, 2008.
*periodista y docente. Autor de “El Faneróscopo de Eliseo. La máquina semiótica del grupo Clarín”.