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Estas, y muchas otras preguntas posibles, son
cuestiones atinentes a los aspectos materiales de la vida, tanto personal (o
familiar) como en comunidad. Es innecesario decir que son asuntos decisivos. En
situaciones críticas se refiere a comer o no comer, tener techo o no tener,
pero que involucran también necesidades que exceden la sola subsistencia. Un
proyecto de vida, de una vida buena, requiere que la satisfacción de necesidades
básicas esté a nuestro alcance.
Preguntarse por estos asuntos (que nos llevan
casi todo el día y nos condicionan el resto del tiempo) es natural y esperable
para toda persona que ejercite sus dotes para reflexionar sobre lo que le
ocurre. Tener una explicación para “por qué pasa lo que pasa” en cuanto a lo
material de la vida es central para todos nosotros.
Por supuesto hablamos de lo que en la
academia sería el campo disciplinar de la “economía”.
Si hacemos caso a las explicaciones que bajan
de, por ejemplo, la mayoría de las Facultades de Ciencias Económicas, por lo
menos en su corriente principal, llegaremos a la conclusión que estamos
condenados a laburar como burros para vivir como tales sirviendo a los dueños
de la granja. Y para los economistas que ud. conoce de la televisión o los que
enseñan en las Facultades, esa situación es el súmmum de lo justo, sano, equilibrado, necesario para el óptimo
productivo.
Es que los economistas profesionales, como
sostenía el gran John Kenneth Galbraith, tienen la tendencia a sostener justo
aquellas tesis que vienen como anillo al dedo a los ricos y poderosos. Él la
llamaba “virtud social conveniente”. Los ricos y poderosos los recompensan con
premios Nobel, figuración mediática, cargos universitarios y otras lisonjas.
El conocimiento económico ortodoxo, ese que
justifica como “justa” la diferencia de clases sociales y la distribución
desigual de la riqueza, es una falacia enorme. Una gran mentira. Un engaño
grande como grande es la desigualdad actual en el reparto de la torta, la mayor
desigualdad en la historia de la humanidad. Es decir, es una mentira que hace
daño, mucho daño.
La primera mentira es el recorte arbitrario.
De hecho, no existe la “economía”. El campo disciplinar, desde la constitución más
o menos clara de su objeto, con autores señeros como Adam Smith o David
Ricardo, no es ninguna “economía”, es “economía política”. El recorte se lo
debemos a un economista británico, Alfred Marshall, quien a fines del S XIX,
dijo: acá se acabó la discusión, esto es lo mejor que alguien podrá pensar
nunca jamás, de ahora en más todo será un modelo cuyas bases ya conocemos y,
entonces, nada de política, economía a secas. Y así, como a mí me gusta.
Parafraseando al pensador posmoderno de
derecha Francis Fukuyama, podríamos decir que el “fin de la historia” llegó a
la economía política a fines del S. XIX.
Si nos adentramos en las premisas que
sostienen el edificio del pensamiento económico ortodoxo encontramos la que
probablemente sea la caterva de bolazos más grande en la historia de la ciencia
social. Como dijimos, el primer bolazo, querer sacarla del ámbito de la ciencia
social. El bolazo de la racionalidad de los agentes basados en la utilidad
marginal es otra de las grandes falacias de la ortodoxia pero no podemos
desarrollar la explicación aquí.
Como sostiene quien probablemente sea el
epistemólogo argentino más reconocido en el mundo, Mario Bunge, esta economía
ortodoxa es la más peligrosa de las “pseudociencias”, conocimientos que se
presentan con ropajes científicos pero que no resisten un mínimo análisis de
consistencia epistémica. Y es peligrosa porque conduce al hambre a millones de
personas.
Discutir estas cuestiones no constituye
ninguna abstracción. Cuando Macri, que ha saqueado nuestro país, nuestros
ingresos y llevado al hambre a millones de argentinos, dice las bobadas que
dice en relación a la economía y comete las atrocidades que comete con sus
medidas de gobierno, lo que hay detrás, además del peor ladrón que conoció el
Sur de América, es un fundamentalismo ortodoxo que, por supuesto, jamás
discutirá públicamente con nosotros. Para eso tendría que aceptar la democracia
y ello no ocurre.
Será más fácil conseguir sacar a Macri que
cambiar los fundamentos conceptuales de políticas que ponen al Estado al
servicio de la concentración del ingreso.
Para eso, aunque nada nos garantice el
triunfo, será condición necesaria construir un nuevo cuerpo de conocimientos
que nos explique cómo funciona la dimensión material de nuestras vidas en
sociedad. Una nueva economía política, que deslegitime radicalmente los dogmas
neoliberales y se asiente sobre nuevos paradigmas.
Quizá el primero de ellos deba ser que, como
dice Jacques Ranciérè, la igualdad no es un lugar al que se llega luego de un
arduo trabajo político y social, sino todo lo contrario. La igualdad es el
punto de partida. Somos iguales, ahora discutamos por qué vos sos millonario y
yo no tengo para comer.
O como sostiene el precepto cristiano “los
seres humanos somos iguales ante Dios”. O como estaba inscripto, según algunas versiones señalan, en el facón del
Chacho Peñaloza: "Naides, más que naides, y menos que naides".
1 de junio de 2019.
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