Por
Carlos Almenara*
El presente, dramático, doloroso por las
consecuencias sanitarias de la pandemia, es, desde el punto de vista analítico, apasionante para desentrañar algunos dilemas conceptuales que están siendo
puestos a prueba.
Son muchos, uno de ellos, el método de
asignación de recursos capitalista, de libre empresa.
Si se abre en sus primeras páginas un manual
de economía, de los canónicos, es posible que se encuentre para “economía”, una
definición tal como: “la Economía estudia
cómo las sociedades administran los recursos escasos para producir bienes y
servicios, distribuirlos entre los distintos individuos”[i].
La ortodoxia económica tiene una respuesta
estándar para ese “cómo las sociedades administran” desde finales del S XIX y
principios del S XX: la maximización de la utilidad de los agentes llevará al
uso óptimo de los recursos escasos. Es una versión aderezada con dibujos de
símbolos matemáticos de lo que Adam Smith llamó la “mano invisible”.
Veamos qué nos dice la pandemia.
En los países capitalistas del primer mundo
no hay mascarillas ni respiradores. En el nuestro no hay alcohol en gel, y
estamos lejos de ser de lo peor de la región.
No hace falta explayarnos, los relatos que
llegan de Italia y España son aterradores, inconcebibles para países que
estimábamos con instituciones capaces de responder a desafíos. Cientos de
muertos por falta de respiradores.
Estados Unidos, otro tanto. Las declaraciones
de Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, relatando el modo en que debe
competir como en una subasta con otros gobernadores por comprar respiradores[ii],
deberían quedar registradas en todas las academias de Ciencias Sociales. Cuomo
le dice a Trump, “compre ud. toda la producción y luego distribúyala, no deje
que los gobernadores pujen por ella, confísquela si es necesario”.
Las economías capitalistas más sofisticadas
no pueden abastecer mascarillas y respiradores.
Pueden fabricar automóviles sofisticados pero
no mascarillas.
Toda la economía ortodoxa se enfrenta a una
desmentida desde sus pilares. El mecanismo de asignación de recursos que
pregona la ideología de la libre empresa fracasó de modo categórico y
tenebroso.
En Oriente, a la inversa, no faltaron
mascarillas ni respiradores, al menos en magnitudes comparables. No es solo el
caso de China y su conocido hospital construido en 10 días sino también de
países vecinos, como Corea del Sur o Japón.
Claro que allí, la asignación de recursos
críticos no quedó en manos de empresas. Fue el Estado quien realizó una
planificación exhaustiva.
Algunas de las noticias de estos días
incluyen que Israel puso al Mossad, su conocidísima agencia de inteligencia,
famosa por sus acciones clandestinas, a conseguir mascarillas y respiradores.
Que un gobernador francés se quejó amargamente ante cronistas de prensa
diciendo que cuando estaban subiendo al barco el contenedor de barbijos, que ya
habían pagado y le remitían desde China, llegó un negociador estadounidense que
compró en el puerto el contenedor completo y desvió su destino.
En los hechos, cuando las papas queman, el
poder soberano de los Estados ha podido más que la idea boba de globalización
sin barreras.
Seguramente esta será una de las claves
principales del mundo post pandemia. Y ojalá sirva para descartar los
postulados de la economía ortodoxa, en palabras del recientemente fallecido
Mario Bunge, la más peligrosa de la pseudociencias, la responsable de muerte y
padecimientos de cientos de millones de seres humanos.
[i]
Mochón, F. y Beker, V; Economía. Principios y aplicaciones. 4ta ed. Mc
Graw-Hill, México, 2008.
[ii]
https://www.baenegocios.com/edicionimpresa/Trump-busca-un-fondo-de-infraestructura-para-paliar-el-efecto-economico-del-Covid-19-20200331-0104.html
*periodista y docente. Autor de “El Faneróscopo de
Eliseo. La máquina semiótica del grupo Clarín”.
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