Por Carlos Almenara
Ayer nomás veíamos que no había plata suficiente
que comprara los insumos sanitarios necesarios para enfrentar el COVID. Los
hechos más impensados, ocurrieron. Estados nacionales confiscaron, incautaron,
todo tipo de insumos útiles. Incumplieron los tratados internacionales.
Llegaron a apostar agentes de inteligencia en aeropuertos para sobornar a los
exportadores y transportistas de barbijos para que los cargamentos cambiaran de
destino.
Los países más ricos vieron hospitales
desbordados, tenían plata pero no respiradores ni médicos. Camiones militares
transportando cadáveres en la noche para que no los vieran. Fosas comunes.
La teoría económica ortodoxa sostiene que los
mercados autorregulados, mediante el sistema de precios, son los que mejor
asignan recursos. Es evidente, el postulado fracasó. A la hora de la verdad fue
más efectivo un grupo de policías de un Estado determinado, un soborno, o “una oferta
que no se puede rechazar” que los mercados competitivos. El fracaso de este
precepto podemos constatarlo este mismo año. Si la economía aspirara a ser una
ciencia, siendo que las ciencias fácticas se fundan en la validación con la
realidad, el dogma de los mercados autorregulados como el summum para asignar recursos debería descartarse definitivamente.
Pero como sucede una y otra y otra y otra
vez, vuelven a la carga.
Y los vemos ahora diciéndonos, con el mismo
sonsonete que de costumbre, sin dar cuenta de ninguno de sus fracasos,
independientes de la realidad, que la regulación de internet resentirá la
inversión, que empeorará el servicio y toda otra falacia que les venga a la
mente.
Una vez más, no es así. No hace falta ser un
economista de academia para verificar que los servicios son malos, caros, que
la competencia es, en el mejor de los casos, reducida, y que las empresas
tienen ganancias exorbitantes.
Y también se refuta teóricamente. Tanto como
se refuta la economía ortodoxa.
Que las empresas ganen plata, ¿qué tiene que
ver con la inversión? Si les bajan impuestos y ganan más plata ¿van a invertir
más?
La economía ortodoxa tiene una respuesta
categórica: sí, por supuesto. ¿A quién podría ocurrírsele otra cosa?
La verdad es que NO. Que bajen los costos
y los impuestos a las empresas sólo quiere decir una cosa: el empresario ganará
más, pero eso no tiene ninguna relación necesaria con que invierta más.
En condiciones monopólicas o
cuasimonopólicas, es el caso, la misma teoría ortodoxa reconoce que hay precios
caros (superiores a los de mercado competitivo) y consumidores no servidos. ¡La
misma ortodoxia admite la conveniencia de regulación y precios máximos para alcanzar mayores
niveles de bienestar social expresado en más producto a menor precio!
No cabe ninguna duda que el acceso a las
comunicaciones mejorará con la aplicación del Decreto 690/20. Lo hará porque la
fiscalización, siempre que no sea cooptada por las mismas empresas prestadoras,
permitirá prestaciones más universales a precios más accesibles. Las empresas
invertirán más si se les exige que lo hagan, no de otro modo.
Párrafo aparte, mezcla de añoranza,
reconocimiento a su resiliencia a pesar de la pesadilla neoliberal y esperanza
de futuro, merecen las Cooperativas que fueron pioneras en los servicios de TV
por Cable y comunicaciones. Una política que promueve más servicios bien vale
la promoción de nuevas Cooperativas que los presten.
AYER NOMÁS
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