miércoles, 21 de marzo de 2012

Una conmemoración muy actual

Por: Carlos Almenara
Pdte. EDE Mendoza en Nuevo Encuentro
Miembro de Carta Abierta Mendoza

Mendoza, marzo de 2012

Llegar al 76
El 24 de marzo se cumplen 36 años de la toma del gobierno por parte dictadura más sangrienta que haya vivido la Argentina.
Los acontecimientos políticos y sociales que marcan la vida de los pueblos no surgen de la nada ni se dan en cualquier contexto.
La toma del gobierno por parte de la dictadura fue fruto de un poder político en descomposición pero aún más de un poder corporativo excitado con la “solución final”. La solución final al conflicto social fue, claro, poner el país en manos de “sus propios dueños” y garantizar la obediencia de la población a fuerza de un ejército de ocupación interna a su servicio.
La solución final incluyó el exterminio de quienes ellos consideraron amenazaban a ese país.
Esa idea no es nueva. Ideas parecidas estuvieron detrás de todos los genocidios.
Como ha sido claramente establecido política e históricamente, fue el proyecto político a implementar el que “justificó” el genocidio y no el devenir de fuerzas en disputa que derivó azarosamente en el gobierno de la sangre.
Esa “justificación” tampoco “ocurrió” casualmente en un momento determinado. Pueden rastrearse antecedentes de ella a lo largo de toda la historia argentina. Pero si bien hay antecedentes históricos, es la construcción del relato inmediatamente previo y particularmente la legitimación mediática a la dictadura la que les dio cobertura.

Justicia y defensa
Desde 2003 vivimos una época que muchos ya no creíamos posible, una época de memoria verdad y, paulatinamente, justicia. Una época que pone a nuestro pueblo en la vanguardia del resguardo de los derechos y la dignidad.
Hay miopes políticos, egoístas o sinvergüenzas que bajo el pretexto de que el gobierno “usa políticamente los derechos humanos” o de absurdos tales como caracterizar al gobierno nacional como represor, cuando no es posible encontrar en nuestra historia un gobierno nacional que haya sido más tolerante con la protesta social (repito: no hay en la historia un gobierno más tolerante con la protesta), bastardean la política de memoria, verdad y justicia. Lo hacen diciendo que defienden los derechos humanos.
Dicen que defienden los derechos humanos y por ello acumulan y acumulan demandas y demandas. Que la minería, que mejoren los sueldos, que no a la represión de la protesta social, que libertad sindical, que esto, que lo otro.
Cada uno de estos puntos requiere un debate político específico pero confundirlos con los reclamos de memoria, verdad y justicia constituye una banalización inaceptable de la lucha de más de 36 años.
Como son tan irresponsables y esquivan la realidad, no dan cuenta del verdadero dilema del momento que es que los medios que tanto espacio les dan estos días tienen otro programa en mente.

Mantener la llama encendida
Así como 1976 no salió de la nada, la recuperación democrática no eliminó los vestigios culturales, políticos y sociales que posibilitaron la dictadura.
La democracia post 83 estuvo fuertemente condicionada por las derechas. Mientras se hiciera lo que ellos mandaban, no había problema, podíamos tener elecciones libres y poco más.
Las veces que Alfonsín intentó enfrentarlos, que no fueron pocas y merecen ser valoradas, fue rápidamente puesto en caja. Los mercados, los medios, las corporaciones, los capitanes de la industria, la Sociedad Rural, la iglesia, la “embajada”, fueron los nombres decisivos de actores múltiples con proyecto único.
Menem fue su esplendorosa vuelta al gobierno por los votos.
De La Rúa y Duhalde no pudieron ni quisieron cambiar la matriz de poder imperante.

La prueba
Es recién a partir de 2003 que un audaz Néstor Kirchner rehúsa firmar el pliego de condiciones que extiende el escriba tradicional de la oligarquía argentina, el diario La Nación.
Es en este proceso que se pone por primera vez seriamente a prueba la convicción democrática de la derecha argentina.
Los resultados son impresionantes: un feroz ataque destituyente, convirtiendo descaradamente los grupos mediáticos que construyeron protegiendo a la dictadura y extorsionando a los políticos en agentes de propaganda golpista. Usan las mismas, las mismas armas simbólicas que en el genocidio.

Un caso y los recuerdos
El diario La Nación ya liberado de compromiso alguno con cualquier ética periodística titula en tapa el lunes 12 de marzo: “Axel Kicillof, el marxista que reemplazó a Boudou” y le atribuye falsamente a Kicillof ser “bisnieto de un legendario rabino llegado de Odessa”. Nadie puede confundirse. Que La Nación diga de alguien que es un marxista judío, en el marco en que lo incluye es exactamente lo mismo que hizo con los asesinados y desaparecidos por la dictadura. Subversión marxista, apátrida, era el modo de presentar para ese mismo diario las víctimas del genocidio que no tenían ningún derecho. Bastaba identificarlos de este modo para que cualquier pregunta se convierta en ilegítima, porque ¿qué derecho tiene un subversivo marxista? Bastaba señalarlo de este modo para que los grupos de tareas operaran.
Viene a cuento recordar la coincidencia de los testimonios que indican que las torturas fueron más encarnizadas con los judíos. Por caso, los modos de tortura que recibió Lidia Papaleo de Graiver, a quien los torturadores exigían en la sesión: –¡Firmá impura o te mato!
Papaleo de Graiver era impura porque se había casado con un judío y lo que debía firmar era el traspaso de las acciones de Papel Prensa a los diarios Clarín, La Nación y La Razón .
Siempre es necesario recordar las revelaciones recientes por las que se supo que Magnetto, CEO de Clarín, se reunía sistemáticamente dos días antes de cada sesión de tortura a Papaleo de Graiver con el jefe de esa patota de torturadores.

Marchar y luchar contra los responsables
La nota mencionada en que se ataca a Kicillof no es un error y ciertamente es representativa de la línea editorial de ese diario y de su socio Clarín.
No aprendieron nada, no se arrepienten de nada y volverían a hacer lo mismo. Los beneficiarios del genocidio fueron ellos, fueron sus ideólogos y sus exégetas y encontraron en las fuerzas represivas los tontos útiles a su proyecto.
Por todo esto marchar el 24 tiene una carga conmemorativa imprescindible que hay que seguir construyendo, pero también requiere un compromiso con el presente, no hay posibilidad alguna de conciliar la lucha por la memoria, la verdad y la justicia con la complicidad con Clarín y La Nación.
Entender cuál es la lucha del campo del pueblo en un momento histórico determinado es requisito para disputar una hegemonía alternativa.
Denunciar que el anecdotario de las imposturas narcisistas de una épica de pelea contra bastones de gomaespuma, de una épica contra el Estado en su momento popular, no es más que harina en el costal de la derecha, a pesar de no ser fácil ni grato, es necesario para dar la lucha a que habilita la realidad.

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