domingo, 2 de septiembre de 2012

Dieciséis

Por: Carlos Almenara c.almenara@hotmail.com Presidente Partido Encuentro Mendoza en Nuevo Encuentro setiembre 2012 Se ha presentado en el Senado de la Nación un proyecto de Ley que habilita a los jóvenes de entre 16 y 18 años a votar de modo voluntario y ello ha provocado un inquieto debate. Adelanto mi opinión al respecto: es una ampliación de derechos democráticos y en consecuencia muy deseable. Igualmente me parece central discutir dos argumentaciones falaces o parciales. ¿Señores preparados? La primera cuestión es qué tan “maduros” están los jóvenes. Qué tanto adolecen los adolescentes y cosas semejantes. Por supuesto que los ciclos vitales no permiten identificar cambios imputables a fechas precisas. Nada indica que un joven cuando cumple 18 “madura”. ¿Cuántos conocemos que cumplen 18 y no maduran? Más, ¿cuántos conocemos que cumplen 20, 30 y no maduran? No pretendo precisión en el uso de categorías psicológicas pero conozco mucha gente mayor, y aún muy mayor, que piensa la política con un sorprendente infantilismo. Mucha gente la piensa con desdén hacia el otro. He escuchado varias veces en mi vida – a ... (tal grupo) hay que matarlos a todos. Lo he escuchado de gente mayor, de gente que vota y me cuesta imaginar razón más valedera para impugnar el voto o la opinión de alguien que un dicho semejante. Es que en realidad la razón de que un joven de 16 vote no es que piense “bien” o que piense “mal”, no es qué tan maduro o inmaduro esté, la razón es que constituye el demos, constituye la fuente de legitimidad del sistema democrático. Las personas no tienen derecho a votar porque piensen como yo o por cómo piensen, votan porque la base del acuerdo democrático para vivir juntos es que el poder político se construye a partir de los ciudadanos y a esos pibes ¿no los vamos a considerar ciudadanos? Y si los vamos a considerar ciudadanos que voten a un músico punk o a un político tradicional será tan racional como muchas decisiones que tomamos los mayores, pero será su parte en el pacto de convivencia. Porque, finalmente, el argumento de que los jóvenes no están preparados es el mismo argumento de todas las épocas para el voto calificado según el que sólo ciertas élites con cierto pensamiento puede votar. ¿El voto como el gusto de un helado? El otro argumento, implícito, es el del modo en que se decide el voto. De pronto se apela a una representación de la situación según la cual los adultos a la hora de votar ponderan argumentos, sopesan las distintas opciones y finalmente actúan con arreglo de medios a fines, en una racionalidad sin cortapisas frente a lo cual los jóvenes serían unos bobalicones impredecibles. Los adultos no actuamos así, ni para votar ni para casi nada en la vida y desde ya los jóvenes actúan tan racional o irracionalmente como los adultos. No actuamos de modo sólo racional pero tampoco mediante caprichos indescifrables. Y sobre todo tampoco actuamos solos. El voto es, por supuesto, expresión de autonomía individual pero es también expresión de la propia clase social, de los grupos en que nos socializamos, de la familia en que vivimos, de múltiples peripecias de nuestro vivir con otros. La idea de que el todo social es la suma de individuos autónomos aislados es por lo menos incompleta. Según mi visión es simplemente errónea. Esto es importante plantearlo porque es un postulado epistémico en que se fundan muchas trampas discursivas del poder. En economía, por caso, la concepción atomística, individualista de la sociedad sigue siendo el paradigma interpretativo dominante pero que también actúa como mandato para los procesos colectivos. El supuesto de la búsqueda del máximo beneficio individual resulta un a priori no validado que contradice la experiencia de cada uno de nosotros que, por ejemplo, resigna trabajo por cuestiones familiares, que no se va de su ciudad aún con mejores alternativas o renuncia a un trabajo que le resulta insoportable aunque gane bien. Claro que si durante generaciones se repite en las escuelas y a través de otras fuentes discursivas que el egoísmo es el único motor válido para la economía seguramente esto tendrá consecuencias. Nada de todo esto está en la naturaleza de las cosas, es tan convencional como cualquier otra convención. Y si no planteamos un modo de vivir con los otros y no contra los otros el planeta no resistirá. La concepción de la sociedad como individuos aislados y competitivos se presenta también en otras múltiples situaciones que van desde los cuestionamientos a la “disciplina partidaria” a la mirada a la política como un juego competitivo de líderes individuales donde prima el psicologismo y el anecdotario personal. Resumiendo, votar a los 16 para quienes quieran es ampliar ciudadanía, nada tiene que ver con cómo decidan los jóvenes y el voto, como muchas otras cosas, no es un consumo hedonista y solitario sino una práctica social que refleja también los distintos mundos que conviven en nuestro país.

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