domingo, 2 de septiembre de 2012

Disputa de hegemonía

Por: Carlos Almenara c.almenara@hotmail.com Presidente Partido Encuentro Mendoza en Nuevo Encuentro agosto 2012 El proceso político que vive nuestro país desde 2003, cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia, implicó paulatinamente grados crecientes de disputa de la hegemonía en nuestra sociedad. Parte de esa disputa es, precisamente, referencial a su marco. La apelación colectiva a otros procesos del continente, radicalmente nuevos y a la vez arcaicos, aparece en la recuperación de la “Patria Grande”. El rechazo al ALCA de Mar del Plata, rechazo sustentado en la “corajeada” de Kirchner, Chávez, Lula y pocos más, puede verse como un hito central que posibilitó la confluencia en un ideario continental. Este suramericanismo fue imposible desde mediados del siglo XIX. A medida que se iban consolidando los estados nacionales, la afirmación nacional, la independencia, corría por cuerda de hipótesis de conflicto y conflictos efectivos entre vecinos. La defensa nacional era asustar si no atacar al país vecino. Las hipótesis de conflicto de la dictadura argentina fueron Brasil y Chile, en este último caso a un paso de la guerra. Claro, no se les ocurrió a los genocidas pensar en Inglaterra... Es ya señera a este respecto la idea de J. A. Ramos de que el “triunfo” de las independencias nacionales fue el fracaso de la gran nación Suramericana. Hasta la presidencia de Kirchner, en que por decisión política y contra toda la ortodoxia diplomática se cambió, la línea de la Cancillería argentina fue impedir cualquier avance de Brasil para “mantener el equilibrio en la región”. Para un país cuyas élites lo pintaron como un espejo de Europa, tanto que quisieron llenarlo de inmigrantes europeos, una política de integración continental es un cambio trascendente. (Dicho sea de paso, cuando los inmigrantes europeos empezaron a crear sindicatos las élites apelaron al gaucho como emblema patriótico, sí ese mismo gaucho que habían mandado a las fronteras, perseguido y matado). La disputa en torno a la posibilidad de desarrollo industrial ha sido también un eje de tensión histórica que marcó la preeminencia de la visión de que Argentina debe ser “el granero del mundo” y aceptar el rol subsecuente en la división internacional del trabajo. Esta visión opera desde antes de la generación del ’80 hasta la dictadura y Menem. Simplemente no es posible ocupar nuestra población y nuestra geografía en un modelo agroexportador pasible de atender, en el mejor de los casos, a un cuarto de los más de 40 millones que somos y una proporción aún menor de nuestra geografía. Un modelo industrial sí permite convivir con un exitoso desarrollo rural. La política de derechos humanos, vanguardia en el mundo, de una profundidad ética y jurídica inimaginable en la Argentina de antes es otro de los pilares centrales (probablemente el principal) del ciclo iniciado en 2003. He mencionado aquí solo tres de muchos cambios paradigmáticos que suponen disputa de hegemonía. Podríamos mencionar muchos otros, pero al menos estos: suramericanismo (y/o latinoamericanismo), industria con la consecuente creación de trabajo, y derechos humanos son imprescindibles. Las amenazas de clausura, de giro político para “volver al orden”, es decir a un estado gobernado por el poder concentrado o sus representantes, abarcan ya casi homogéneamente a una oposición que resignó cualquier conato de dignidad, pero no sólo a ellos. En la Mendoza de estos días se ha tratado un proyecto de Ley, denominado “Ley Petri”, no sólo inconstitucional y estigmatizador de los pobres sino también ineficaz. Este esperpento tipo “leyes Blumberg”, claramente en las antípodas de las políticas nacionales de derechos humanos y seguridad democrática, puso sin embargo en aprietos a muchos legisladores oficialistas (y no sólo a legisladores). En estos campos se disputa también el futuro. Avanzamos en la profundización del ciclo emancipatorio en lo nacional y lo social o volvemos a que los bancos gobiernan la economía, las multinacionales nuestras posibilidades de consumo y la obediencia a los Estados Unidos la política internacional. Allí sí, no queda otra opción que armarse bien, con muchas armas, para protegerse de las hordas de miserables que genera el proyecto. La política allí, para servir al poderoso. Disputar la hegemonía en una sociedad requiere sumar muchas fuerzas. Cualquiera que lo intente, cualquier defensor leal del ciclo iniciado en 2003, se alegra cuando se suma y pretendería evitar toda deserción. Pero seamos claros, sumar al proyecto supone fortalecer postulados básicos del mismo, no declamar una obediencia que no se ejerce ni hacer esgrimas discursivas. Este próximo parece que será un tiempo muy excitante para ejercer una fuerte militancia a favor de las posibilidades de nuestro país y nuestro pueblo, las amenazas aparecen cerca y lejos.

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