viernes, 10 de febrero de 2017

Para pensar tomando limonada

Por: Carlos Almenara

Se difundió ampliamente la decisión de Donald Trump de suspender la implementación de los acuerdos para la exportación de limones argentinos a Estados Unidos.

La medida supone un golpe importante a una economía regional. Y es un mazazo aún mayor a uno de los fundamentos principales del gobierno de Macri: la creencia irrestricta en el “libre cambio”.

Parece que el proteccionismo viene para quedarse, así que no será ocioso pensar al respecto.

La fe en el libre comercio entre países no es una exclusividad del macrismo. Tiene una extensa tradición. En economía política, su hito fundador en tanto disciplina moderna, la publicación de “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, es, en parte una reflexión sobre ese tema.

Publicada en 1776, el profesor escocés estaba lejos de ser un desinteresado observador de la realidad de su tiempo. Tomó decisivo partido por el incipiente sistema capitalista fabril británico y a él le ofrendó su teoría más brillante.

Para Smith, “la riqueza de las naciones” se construye a partir del trabajo en aquellos bienes en que el país tiene una ventaja absoluta en relación a otros.  Un país que requiere menos horas de trabajo que otro para, por ejemplo, hacer un pulóver, tiene una ventaja. En el pensamiento de Smith, es esperable que el país que tiene ventaja venda, exporte, su producto al que no la tiene.

David Ricardo complejiza el análisis aportando la idea de la ventaja comparativa. Aquí no es relevante sólo la ventaja absoluta sino el mejor uso posible de los recursos en el mismo país. Así, el país producirá aquello en que su diferencia de productividad con otros es mayor. Si produce pulóveres y trenes y en ambos requiere menos horas de trabajo, pero la diferencia produciendo trenes es proporcionalmente mayor, entonces producirá trenes, aun cuando importe pulóveres de países menos productivos.

Una explicación didáctica puede verse en:


Seguir el razonamiento de Ricardo llevaría a una especialización rayana en la monoproducción. Todos los recursos se volcarían a aquello que mejor se hace.

Smith y Ricardo fueron grandes intelectuales de la burguesía británica de su tiempo.

No les hicieron caso en la potencia que se emancipó de Gran Bretaña. La política comercial de Estados Unidos, independiente a partir del mismo año de la publicación de Smith, luego de vaivenes, se basó en las ideas de Alexander Hamilton, un firme proteccionista, defensor de todo lo que sea hecho en su país.

¿Hará falta revisar los resultados?

Parece que sí.

Estados Unidos no siguió la receta del libre cambio que la potencia industrial de su momento pregonaba globalmente. Al contrario, desarrolló una industria para competir y finalmente, vencer, a la británica. Y con ello se convirtió a sí mismo en la nueva potencia hegemónica.

En América del Sur, en las Provincias Unidas, en contraste, luego de emancipados y roto el monopolio virreinal, solía verse que los gauchos vestían ponchos hechos en Manchester. Más impactante aún es que la lana con que se hacían los ponchos fuese Argentina. La producción artesanal o incipientemente masiva en talleres del interior, en Córdoba o Tucumán, rápidamente quedaban fuera de competencia con la producción británica, más barata. Buena parte de la historia argentina puede leerse en esta clave, solapado y superpuesto con otros elementos bajo nombres de unitarios y federales, Buenos Aires y el interior, proyecto agroexportador y proyecto nacional popular.

La discusión sobre el libre cambio es, en definitiva, la discusión sobre qué se hace en el país.

La economía política de los clásicos fue el discurso para legitimar la preeminencia británica en su momento.

La potencia hegemónica siempre propone este tipo de relación en que parte con ventaja. Lo hará Estados Unidos a posteriori como bien conocemos. Es lo que pregonan pero no lo que hicieron.

La adopción desde un país subordinado de ese modelo supone aceptar para el devenir de los tiempos, y cada vez en peores condiciones, una división internacional del trabajo por la cual los bienes industriales y tecnológicos se importan y aquí producimos… soja.

La ventaja comparativa argentina es la soja.

Es una vuelta al modelo agroexportador.

Los resultados a lo largo de la historia fueron pésimos para el país pero muy buenos para las empresas de las que provienen muchos de los funcionarios actuales.

El esquema de apertura importadora, mercados autorregulados, tipo de cambio de mercado, es demoledor para la industria. Y también para las economías regionales.

La producción frutícola, olivícola, hortícola, la industria mendocina, tienen su suerte atada al consumo interno y al desarrollo de un modelo productivo diversificado. Lo peor que le puede pasar a nuestra economía regional es que se imponga el modelo del libre cambio sin restricciones, el modelo sojero autorregulado.

Si esto siempre fue así, persistir en el intento de abordar un barco ajeno cuyo capitán repele con malos modos a los abordantes es aún mucho más nocivo.

En su discurso de asunción, Trump pidió que compren estadounidense. A contramano de quienes ven incompatibilidad entre Macri y Trump, Macri pide lo mismo que Trump, que compren estadounidense. El problema es que Macri vendría a ser el presidente argentino ¿o es Trump?

No hay comentarios:

Publicar un comentario