sábado, 10 de marzo de 2018

Derechos de la mujer y emancipación


Este 8M cientos de miles de mujeres se manifestaron por reivindicaciones de género.

Por supuesto hay buenas razones para que lo hagan y que los hombres las acompañemos o, como muchas de ellas piden, demos un paso al costado para que el protagonismo sea todo de ellas.

Reflexionar sobre el 8M tiene una enorme complejidad por lo variopinto de la convocatoria, por lo diverso y heterogéneo de los colectivos, por la multiplicidad de demandas, porque supone una mirada prospectiva respecto del grado de representatividad de las que salen en relación al conjunto de las mujeres, o de la población en general, etc.

Hay, sin embargo, un aspecto en que la militancia de género se vuelve analíticamente típica (en sentido weberiano). Representa entonces una cuestión central del pensamiento político.

Esto es, para plantearlo directamente, la militancia sectorial, los movimientos sociales ¿pueden construir una “mayoría democrática”?

La respuesta no es tan simple. Recorre buena parte del pensamiento de la teoría política de modo central o tangencial.

¿Son sumables los reclamos feministas con los campesinos, con los desocupados, con los Derechos Humanos? ¿Incluimos en esa suma los sindicatos? ¿Cómo construir una práctica o un programa común?

Esta es una cuestión que se plantea frecuentemente en varios sistemas políticos. Es recurrente en Estados Unidos. El Partido Demócrata es “el partido de las minorías”. Allí hispanos, afroamericanos, colectivos de género, sindicatos, tienen reflejo mayoritario. Pero el Partido Demócrata no siempre gana las elecciones. Tampoco pierde siempre las elecciones. Por supuesto, si usted hace la suma de todas esa “minorías” suman mucho más de la mitad de la población, por lo que debiera ser imbatible. Y si sumara menos debería ser imposible que gane.

Entonces, la representación política de las demandas sectoriales es contingente a la constitución de mayorías.

¿Nos parece distante la realidad estadounidense? Veamos más cerca. La década gloriosa de Nuestra América, la primera del siglo, tuvo en los movimientos sociales su pilar principal. Esto es aún visible en Bolivia. Evo, referente de los cocaleros, referente de los movimientos sociales, más radicalizado que sus compañeros de otros países, ha podido sostener el proceso hasta hoy con todo el viento y el imperio operando en contra.

Esto es, sólo cuando el reclamo sectorial se radicaliza, estratégicamente, con disciplina, organización, unidad y conciencia puede traducirse en transformaciones estructurales de las sociedades.

Los países que menos profundizaron, hoy viven una regresión a manos de sus oligarquías que da pena y aversión describir. Brasil, Argentina, Ecuador, son muestra de ello.

No alcanza la radicalización si no se suma estrategia y conciencia. Muchos son los ejemplos históricos de cómo fuertes demandas que tuvieron en vilo al mundo salieron “por derecha”, desde el mayo francés a la huelga de los mineros que fortaleció a Tatcher.

Alguien podría plantear que los pliegos de reclamos feministas perfectamente podrían integrarse en el collage posmoderno con que pretenden describirse estos gobiernos de derecha. Tres cosas al respecto:

  1. Estos gobiernos no son modernos ni posmodernos, son conservadores clásicos, filofascistas, con altísima carga de ideologización. Lo que digan para la gilada con sus Durán Barba y publicistas es harina de otro costal. Por lo que no son prescindentes en materia de teoría social.
  2. Desde la perspectiva de los colectivos de género, el corazón de los derechos reclamados está en la igualdad. Ni las brechas salariales, ni la violencia, ni el sometimiento, ni la trata, se solucionan (tanto como se puede hablar de solución cuando se considera una sociedad) si no hay un fuerte cambio cultural, político, social en materia de comprensión de la relación de géneros y en torno a la figura del patriarcado.
  3. Ni es coherente ni es sustentable un reclamo de igualdad de género sin igualdad política, social y económica. ¿Por qué sería justo luchar por la igualdad salarial entre hombres y mujeres mientras se acepta el trabajo esclavo de hombres y mujeres para un empresario capitalista? ¿Cómo podría limitarse el poder de ese empresario capitalista de maltratar a su mujer si se dio por “legítimo” que explote a sus trabajadores?

Da toda la impresión que la dirigencia feminista en Argentina tiene estas cosas muy claras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario