Este 8M
cientos de miles de mujeres se manifestaron por reivindicaciones de género.
Por
supuesto hay buenas razones para que lo hagan y que los hombres las acompañemos
o, como muchas de ellas piden, demos un paso al costado para que el
protagonismo sea todo de ellas.
Reflexionar
sobre el 8M tiene una enorme complejidad por lo variopinto de la convocatoria,
por lo diverso y heterogéneo de los colectivos, por la multiplicidad de
demandas, porque supone una mirada prospectiva respecto del grado de
representatividad de las que salen en relación al conjunto de las mujeres, o de
la población en general, etc.
Hay,
sin embargo, un aspecto en que la militancia de género se vuelve analíticamente
típica (en sentido weberiano). Representa entonces una cuestión central del
pensamiento político.
Esto
es, para plantearlo directamente, la militancia sectorial, los movimientos
sociales ¿pueden construir una “mayoría democrática”?
La
respuesta no es tan simple. Recorre buena parte del pensamiento de la teoría
política de modo central o tangencial.
¿Son
sumables los reclamos feministas con los campesinos, con los desocupados, con
los Derechos Humanos? ¿Incluimos en esa suma los sindicatos? ¿Cómo construir una
práctica o un programa común?
Esta es
una cuestión que se plantea frecuentemente en varios sistemas políticos. Es recurrente
en Estados Unidos. El Partido Demócrata es “el partido de las minorías”. Allí
hispanos, afroamericanos, colectivos de género, sindicatos, tienen reflejo
mayoritario. Pero el Partido Demócrata no siempre gana las elecciones. Tampoco
pierde siempre las elecciones. Por
supuesto, si usted hace la suma de todas esa “minorías” suman mucho más de la
mitad de la población, por lo que debiera ser imbatible. Y si sumara menos
debería ser imposible que gane.
Entonces,
la representación política de las demandas sectoriales es contingente a la constitución de mayorías.
¿Nos
parece distante la realidad estadounidense? Veamos más cerca. La década
gloriosa de Nuestra América, la primera del siglo, tuvo en los movimientos
sociales su pilar principal. Esto es aún visible en Bolivia. Evo, referente de
los cocaleros, referente de los movimientos sociales, más radicalizado que sus
compañeros de otros países, ha podido sostener el proceso hasta hoy con todo el
viento y el imperio operando en contra.
Esto
es, sólo cuando el reclamo sectorial se radicaliza, estratégicamente, con
disciplina, organización, unidad y conciencia puede traducirse en transformaciones
estructurales de las sociedades.
Los países
que menos profundizaron, hoy viven una regresión a manos de sus oligarquías que
da pena y aversión describir. Brasil, Argentina, Ecuador, son muestra de ello.
No
alcanza la radicalización si no se suma estrategia y conciencia. Muchos son los
ejemplos históricos de cómo fuertes demandas que tuvieron en vilo al mundo salieron
“por derecha”, desde el mayo francés a la huelga de los mineros que fortaleció
a Tatcher.
Alguien
podría plantear que los pliegos de reclamos feministas perfectamente podrían integrarse
en el collage posmoderno con que pretenden describirse estos gobiernos de
derecha. Tres cosas al respecto:
- Estos gobiernos no son modernos ni
posmodernos, son conservadores clásicos, filofascistas, con altísima carga
de ideologización. Lo que digan para la gilada con sus Durán Barba y
publicistas es harina de otro costal. Por lo que no son prescindentes en
materia de teoría social.
- Desde la perspectiva de los colectivos de género, el corazón de los derechos reclamados está en la igualdad. Ni las brechas salariales, ni la violencia, ni el sometimiento, ni la trata, se solucionan (tanto como se puede hablar de solución cuando se considera una sociedad) si no hay un fuerte cambio cultural, político, social en materia de comprensión de la relación de géneros y en torno a la figura del patriarcado.
- Ni es coherente ni es sustentable un
reclamo de igualdad de género sin igualdad política, social y económica.
¿Por qué sería justo luchar por la igualdad salarial entre hombres y
mujeres mientras se acepta el trabajo esclavo de hombres y mujeres para un
empresario capitalista? ¿Cómo podría limitarse el poder de ese empresario
capitalista de maltratar a su mujer si se dio por “legítimo” que explote a
sus trabajadores?
Da toda
la impresión que la dirigencia feminista en Argentina tiene estas cosas muy
claras.
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