Mendoza, 19 de enero de 2019
Un hecho que en principio se supone policial
tiene fuerte impacto en la prensa mendocina y nacional: la desaparición de las
hermanas israelíes Pirhya Sarusi y Lily Pereg.
El caso tiene un sinnúmero de
connotaciones especiales, entre ellas, un hijo de la primera, sobre quién según
se informa recaerían sospechas de la fiscal, podría ser responsable de la
muerte de numerosas mascotas de las que conserva las pellejas.
En medio de las noticias sobre el caso,
aparece como lo más natural del mundo: “La cónsul y un policía de Israel viajan
a Mendoza”. Ver.
Aclaran que “La tarea del representante
extranjero será ‘cooperar con la
investigación’”. Luego informan que se reunirán con autoridades políticas y
judiciales.
Escandaliza que una información así no
escandalice.
¿Cómo que viene un policía de una potencia
extranjera? ¿A qué? ¿Tiene un arma? ¿Por qué tiene un arma? ¿Qué viene a hacer?
¿Viene a espiar mendocinos? Luego que Marcos Peña entregara información de
Anses a empresas israelíes sería un paso más que vengan a trabajar en terreno.
¿Vienen a hacer “inteligencia”?
Esta naturalización,
pacientemente construida, no tiene nada de natural. Imagine el lector que la
noticia fuera “Policía iraní...”, o “Policía ruso...”, o chino, o lo que sea.
Hubiera sido un griterío.
Si algo no debiera desconocer el
gobernador Cornejo es la implicancia conceptual del asunto. Sean de derecha,
centro o izquierda, aun cuando quieran privatizar todo, lo que toda la teoría
reconoce (con Weber) como propio del Estado es el poder punitivo, el poder de
policía.
Cornejo, que es licenciado en
Ciencia Política, no puede alegar ignorancia.
El Israel de Netanyahu no es una potencia
prescindente ni neutral en relación a la Argentina. Interviene en nuestra
política interna al menos desde 1994.
De lectura imprescindible, La
InfAMIA, de Juan Salinas, recuerda cómo policías israelíes sembraron pistas
falsas en el atentado a AMIA de 1994. Ese julio, los israelíes, ahí también, de
modo insólito, tuvieron mando sobre el terreno del atentado. Un atentado que
fue en suelo argentino y en que no tenían nada que hacer los israelíes (al
contrario del atentado de 1992, que sí fue en la embajada de Israel, que es
territorio de Israel).
Esas pistas falsas que sembraron
en 1994 tuvieron como objetivo construir un relato para acusar a su enemigo
geopolítico: Irán. Pero es, simplemente, falso. Recordará el lector la famosa
“Trafic” que atentó contra la AMIA. Pues, no hay una Trafic. Hay, por lo menos,
dos. Es decir, en el atentado a AMIA, los israelíes que “vinieron a colaborar”
y sus socios locales sembraron partes de dos camionetas distintas para decir
que había una Trafic.
El Israel de entonces no era el
de Netanyahu sino el de Rabin. Yitzak Rabin fue asesinado en 1995 por un
fanático derechista enemigo de los acuerdos de paz. Es decir, por un militante
de Netanyahu.
Y el atentado a AMIA no es ajeno
a ese debate de época.
Netanyahu utiliza la DAIA en
Argentina para presionar sobre los poderes públicos locales. Tiene agentes
propios en el gobierno y en el Congreso. Financió a Nisman para que durmiera la
causa AMIA durante más de una década. Hay que recordar que las cuentas
encontradas en el exterior al ex fiscal recibían transferencias de Sheldon
Adelson, buitre y principal financista de Netanyahu. La denuncia de Nisman
contra Cristina y sus acusaciones contra la ex presidenta son una manifestación
inamistosa de una potencia que interviene en asuntos internos de otro país.
Ahora leemos como si fuera lo más
natural del mundo que “viene un policía israelí”. Tan natural como que los
encargados de administrar un Estado lo conviertan en colonia.
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