domingo, 12 de septiembre de 2021

Neoliberalismo flojito de episteme

 


Por: Carlos Almenara

Contra lo esperable viniendo de quienes viene, la campaña por las elecciones PASO del 12 de septiembre culminó con fuertes propuestas económicas de la derecha.

Una de ellas en boca de Rodríguez Larreta fue la de eliminar las indemnizaciones por despido. La misma está plasmada en proyectos de ley de legisladores que le responden, así que, de ningún modo, puede pensarse como un exabrupto.

Por otro lado, un autodenominado economista que realiza rituales filonazis no pierde ocasión de presentar sus ideas económicas, que, en realidad, son las mismas que conocemos hace tiempo.

Revisar estas aseveraciones nos dará una excusa válida para analizar cómo funcionan los planteos neoliberales. Porque, por si no queda claro, a esta categoría ideológica/política corresponden.

Veamos cada una de ellas.

El primer caso referido fue planteado del siguiente modo: "Claramente hay que ir de la indemnización a un seguro... Hay que tener en cuenta los trabajadores actuales y los millones y millones que hoy no consiguen un trabajo, porque nadie toma un empleado en Argentina con un sistema como éste. No digo que hay que sacarlo de un día para el otro".[i]

El planteo es que el empleador pueda despedir al trabajador sin pagarle nada.

Si pensamos un minuto, para los postulantes del proyecto (y para el neoliberalismo en general), el hecho de que el empresario tenga un desincentivo a despedir, en lugar de cuidar el trabajo, lo destruye. Siguiendo este razonamiento, ¿por qué quedarse solamente en las indemnizaciones? Habría que bajar los salarios y entonces habría más trabajo. Pero qué curioso, es lo que hicieron en su gobierno, el salario perdió 20% y, sin embargo, el desempleo aumentó al doble.

La trampa lógica debería ser evidente. Que al empresario se le reduzca lo que Macri llamaba “costo laboral” le produce una única consecuencia: aumenta su rentabilidad. Ello no implica que aumente la producción. Habrá más trabajo si las empresas producen más, que los salarios sean más bajos no conduce necesariamente a mayor producción.

Esta misma lógica se manifiesta cada vez que se pide baja de impuestos. Supuestamente si se bajan impuestos, disminuirá el desempleo. Tampoco aquí hay relación necesaria. Baja de (ciertos) impuestos produce aumento de la rentabilidad, no necesariamente aumento de la producción.

Porque ¿de qué depende la cantidad producida? De la cantidad que se pueda vender en un negocio, que, se supone, rentable. Si venden más, producen más, y hay más trabajo. Entonces aquí cambia toda la perspectiva. Ya no es estrangulando al trabajador cómo se logra pleno empleo sino estimulando el consumo, haciendo que las mayorías tengan poder de compra.

¿En qué caso está lógica podría no aplicarse? En caso de que todo lo producido se destine a exportación, a otros pueblos; en esa situación la oligarquía vernácula actúa como agente de un enclave colonial ocupada en esclavizar a los argentinos. Es el caso. Pero no por necesariedad económica ni por ningún óptimo sino por interés y cipayismo.

La segunda aseveración que queremos analizar, de Javier Milei en este caso, se refiere a la desigualdad salarial (o no) entre hombres y mujeres. Para Milei NO hay desigualdad salarial y lo fundamenta como sigue:

“La primera prueba empírica de eso la hizo Gary Becker en el año 58 cuando publicó su tesis doctoral y quiso comprobar si había discriminación contra distintas razas, géneros y eso marcó la manera de analizar los datos. Pero hoy cuando empezás a descomponer los datos y los llevás bien al límite, esas discriminaciones no existen. Un empresario quiere ganar plata. Si pudiera contratar mujeres y a un salario más bajo va a contratar a las mujeres y vas a ver las oficinas llenas de mujeres”.[ii]

En esta argumentación está presente el núcleo del modelo neoliberal. La trampa epistémica que llevó a Mario Bunge a sostener que la economía ortodoxa es la más peligrosa de las pseudociencias[iii], la que lleva al hambre y a la muerte a cientos de millones de personas.

El pensamiento científico, máxima expresión cultural para entender el funcionamiento del universo y del mundo humano, requiere desde Descartes y a lo largo de la secularización moderna, argumentación, explicación humana fundada en evidencia y sometida a verificación. Toda aseveración debe someterse a la prueba de la realidad, lo que Popper llamaba “falsación”.

Volvamos a cero. Decir, uno puede decir cualquier cosa. Ahora, que ese decir pueda enmarcarse en la cultura científica tiene los requisitos que expusimos arriba y varios más. Las “leyes” científicas, sus tesis, son provisorias, revisables y pasibles de refutación. En las ciencias fácticas, las que se refieren a los hechos, la preminencia la tiene la realidad. Cualquier postulación que se sostenga debe verificarse, es decir, comprobar que los hechos funcionan tal como predice la teoría. Si los hechos no funcionan como predice la teoría, no es la realidad la incorrecta sino la teoría propuesta.

Esta es la trampa universal del neoliberalismo.

Veamos un ejemplo. En física y química existe la “ley de vasos comunicantes”. Ella demuestra cómo un líquido homogéneo puede tener un mismo nivel al ser vertido en una serie de envases conectados a través de unos conductos sin que la forma u orientación de los vasos afecte el nivel.

Este postulado está abierto a comprobación empírica. Podemos corroborarlo en nuestra experiencia cotidiana cada vez que abrimos una canilla.

La proposición científica postula que los líquidos se comportan de cierto modo y eso se confirma en la realidad.

¿Cómo funciona “su” ley para Milei?

El empresario quiere ganar dinero, luego, contratará aquellos factores productivos (trabajadores en este caso) que le ofrezcan mayor productividad, sin discriminación alguna. Esa es “su” ley.

Cientos de estudios muestran que en la realidad se ve una brecha salarial. A igual tarea y responsabilidad los salarios promedio de los hombres son 20% superiores a los de las mujeres en Argentina[iv].

Obviamente, el pensamiento científico rechaza “su” ley por falaz y afirma que, efectivamente, existe discriminación salarial.

¿Qué dice Milei?

Que eso es imposible. Que los datos están mal tomados. Que “su” ley es irrefutable.

Eso es conocido, legitimó el poder premoderno, funda los regímenes teocráticos y se denomina dogma. Un tipo de saber, de creencia, impenetrable por la realidad.

Con este accionar dogmático los neoliberales argentinos son invulnerables a los sucesivos fracasos. La dictadura, Menem, Cavallo, De La Rúa, Macri, todos “fracasaron”, todos aplicaron el mismo plan, todos recurrieron al FMI. Pero en cada cruce de la historia, los neoliberales nos dicen que el problema estuvo en que no se aplicó “el verdadero” modelo. O, como Milei, que los datos están mal tomados.

Es decir, no está mal el modelo que fracasó, está mal la realidad. Como dice Milei “no hay brecha salarial”. No importa lo ridículo que se vea.

Si el dogmatismo debiera ser descalificante en cualquier debate, en la academia es un oprobio. Que las Universidades argentinas estén llenas de impresentables que sostienen el mismo dogmatismo que Milei, y lo están, debiera provocar una rebelión popular, una nueva Reforma Universitaria.

Pero hay algo más.

Lo que dice Milei no es sólo una mentira y un dogma, es un programa político. Detrás de “su” ley rige como precepto universal, “lo que es, es justo”. No es que los hombres ganan 20% más que las mujeres a igual tarea y responsabilidad, es que los hombres “son 20% más productivos”. No es que el hecho que un CEO gane 300 veces lo que un obrero es evidentemente obsceno; es justo, toda vez que en la lógica Milei, es 300 veces “más productivo”.

Ninguna sorpresa, justificar las injusticias siempre fue el programa político de la reacción.

Por eso ellos son ellos, son eso; y nosotros somos nosotros. Bien lejos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario