domingo, 5 de septiembre de 2021

Repensar la economía*

 


por Carlos Almenara

c.almenara@hotmail.com

La economía, como disciplina que estudia qué bienes produce, cómo los hace y cómo los distribuye una sociedad, ha sido analizada desde distintos enfoques.

La denominada “economía neoclásica” se consolidó a fines del S XIX, principios del XX a medida que se difundían en la academia los aportes de Alfred Marshall quien modelizaba y daba cuerpo a la llamada “revolución marginalista”.

Esta visión se transformó en el paradigma dominante en la disciplina, probablemente fruto de lo que John Kenneth Galbraith llamó “virtud social conveniente”, es decir “la tendencia (de muchos economistas) a adecuarse a lo que a los ciudadanos influyentes les resulta agradable creer”. La economía neoclásica permite a los poseedores de las riquezas argumentar, por ejemplo, la pertinencia y eficacia de un orden, por definición, desigual.

La teoría neoclásica sufrió un feroz embate fáctico y posteriormente teórico con la gran depresión de los años treinta y el keynesianismo. El triunfo paradigmático del keynesianismo, no supuso de ningún modo la desaparición del pensamiento neoclásico. Al contrario, el keynesianismo fue confinado a la llamada “macroeconomía”, también territorio en disputa sobre todo a partir de los ’70, quedando la explicación del accionar de las personas, las empresas, las distintas industrias y mercados reservados a la “microeconomía” neoclásica.

Si bien existieron otros paradigmas para abordar este campo, como versiones del marxismo, conceptos de Sraffa, algunos aspectos del estructuralismo cepalino, esos modos de abordaje además de ser en general parciales en tanto no terminaban de ofrecer un programa epistémico satisfactorio, fueron sistemáticamente ignorados o peor, escondidos.

La afirmación de que esos paradigmas no ofrecieron un programa epistémico satisfactorio es absolutamente susceptible de polémica, pero aunque a nuestro entender es así, no sale mejor parada la versión neoclásica. Aunque esta última cuestión también ha sido ignorada u ocultada.

Sobre lo que intentamos llamar la atención es que en las distintas unidades académicas, en las facultades, en los colegios, la inmensa mayoría de los currículums de espacios de economía o similares replican acríticamente el discurso neoclásico.

Por muchos motivos creemos que es un momento sumamente propicio para dar esta discusión. No pretendemos defender un paradigma cerrado del que daríamos cuenta de su consistencia. Sencillamente no tenemos tal cosa. Pero sí tenemos algunas certezas y esas convicciones se refieren a las anomalías y falsedades del paradigma neoclásico.

Una cuestión tratada recientemente entre otros por Mario Rapoport y que reside en el centro de las dificultades para cambiar el paradigma neoclásico es el cambio nominal que supuso pasar de la “Economía Política” a la “Economía”. Los clásicos siempre hablaron de “Economía Política”. Llamarle “Economía” a secas supone como veremos deshistorizar y quitar la conflictividad propia de lo social a la disciplina.

Un modo posible, el modo que elegimos, para señalar las anomalías paradigmáticas de la economía neoclásica es indicar los problemas epistemológicos y metodológicos, los problemas de representación, las falsas analogías y también... la realidad. La realidad implica casi la intrusión de un elemento absolutamente ajeno al paradigma, pero pudiera ocurrir que alguien se pregunte si puede ser la economía una ciencia formal desvinculada de lo fáctico.

Un listado no exhaustivo de objeciones a hacer a la economía neoclásica, que resulta necesario tener presente al momento de estudiar por ejemplo cualquier función de demanda o de oferta son las siguientes:  

1. Negación del carácter social e histórico a la economía. Como dijimos arriba la  Economía se presenta como a-histórica. Lo que los hombres hacen hoy no es fruto del devenir histórico, el modo en que la ciencia lo estudia, tampoco. Cuanto más los modelos, como en la teoría de los juegos, tienen presente la posibilidad del “aprendizaje”, resultado de una iteración del modelo matemático. Siempre se prescinde del relato histórico a los fines explicativos. Lo mismo ocurre con el carácter social de la economía. La economía neoclásica consiste en un sistema cerrado de ecuaciones y funciones. Nuevamente, como lo llamó Galbraith, “la fuga técnica de la realidad”. Si quisiéramos explicar por caso cómo toman decisiones de inversión o de consumo los empresarios, las personas, es probable que a Ud. se le ocurriera preguntarles. Bueno, la economía neoclásica no hace eso. Para eso tiene sus modelos. Que los modelos suponen cosas que nunca fueron demostradas es lo que estamos discutiendo en este texto (y que ha sido discutido muchas otras veces con escasa difusión).

2. Individualismo radical. Los modelos de la economía neoclásica suponen que la sociedad es un agregado de individuos, la unidad analítica excluyente es el individuo y por supuesto movido por una avidez infinita de lucro. Pero como cualquier cientista social sabe, en las sociedades no hay sólo individuos. Hay familias, grupos, clanes, tribus, hay Estado, hay cuestiones nacionales. La existencia de toda esta realidad social con tanta incidencia en los hechos económicos es despreciada por la economía neoclásica.

3. Supuesto de racionalidad del agente económico. El agente económico maximiza su utilidad. Sea en una decisión de inversión o de consumo. Se ha señalado como crítica que es imposible contar con información perfecta. Ud. debe haber sufrido cuando por ejemplo encontró la oferta de un televisor más bonito y más barato inmediatamente después de comprar el suyo; es el caso. Pero la objeción no abarca únicamente esto sino la idea misma de racionalidad y el tipo de racionalidad. No se conoce que nadie haya demostrado que las cosas funcionan así generalmente. ¿Es impensable que alguien acepte un trabajo menos remunerado para pasar más tiempo con su familia? ¿Es impensable que su familia converse de esto con él/ella e incidan en la decisión? ¿Es impensable que un empresario abra un negocio en su ciudad y no lejos de ella aunque le aumenten los costos? ¿No son bien conocidas las compras impulsivas o compulsivas? Ninguna de estas cosas son impensables pero sí son inexplicables para la teoría neoclásica.

4. Ingenua idea hedonista de la “utilidad”. Aquello que fue objeto de análisis profundo por disciplinas tan complejas como el psicoanálisis, la psicología o, con otras miradas, de la antropología fue sencillamente obviado por la economía neoclásica. Por qué las personas hacen lo que hacen, toman sus decisiones. La economía neoclásica dirá: para maximizar su función de utilidad. ¿Y qué es la utilidad? Es algo así como felicidad humana abstracta e indiferenciada. ¿Pero, funciona así la cuestión? ¿Algún economista verificó esto? Porque los que se preguntaron acerca de esto fueron los psicoanalistas, los psicólogos, los antropólogos, y sus respuestas no fueron las mismas.

5. Dogmatismo. El haber creado un sistema de lógica formal inmune a cualquier contradicción por parte de la realidad social permite la continuidad de la reproducción del modelo sin tener que dar cuenta de su funcionamiento. Suele pensarse que el dogmatismo y la ciencia no tienen feeling.

6. Naturalización. El instrumental de la economía neoclásica se presenta como correspondiente al máximo grado posible de desarrollo del saber técnico y aséptico. De haber sabido economía los griegos tendría que haber usado estos modelos. Las ciencias sociales han demostrado acabadamente que no es posible aceptar un planteo semejante, que lo que hoy es considerado natural mañana deja de serlo, que en todo aquello relativo a la interacción entre los hombres la inmensa mayoría de las ideas que se piensan como “naturales” son fruto de un cierto tiempo, una cierta cultura y una cierta estructura social entre otras cosas.

7. Empatía con los poderosos. El paradigma neoclásico tiene una evidente empatía con los poderosos y los ricos. Se presenta como un relato que justifica la desigualdad en la sociedad y legitima la existencia de riquezas que fueron obtenidas en la libre justa del mercado (también miserias obtenidas en la libre justa) y que tienen como función social no obstaculizar la consecución de los óptimos económicos. Cualquier intromisión sería perjudicial no sólo para la “naturaleza” de las cosas sino también para el crecimiento económico, es decir sería negativa para alcanzar “el máximo bienestar social posible”.

8. Resultados insatisfactorios. Pero si todo lo anterior no alcanzara, simplemente, las cosas no funcionan así. Los resultados son doblemente insatisfactorios: no explican lo que pasa y cuando el paradigma neoclásico fundamenta las decisiones tomadas, son malas decisiones. Especialmente conocido por los argentinos es el resultado nacional del recetario neoliberal y del “Consenso de Washington” que tienen en el modelo neoclásico su fuente de inspiración.

Como dijimos, no tenemos un modelo acabado para proponer el reemplazo, pero urge esclarecer sobre estos problemas e ir encontrando ideas, explicaciones alternativas, muchas de las cuales ya existen, que irán conformando un nuevo paradigma disciplinar. Ojalá sea más humano, ojalá produzca mejores resultados.

No debería subestimarse el poder performativo de los programas de estudio. Si un profesor dice a sus alumnos que las personas son egoístas es muy posible que los alumnos le crean y legitimen sus propias conductas egoístas. Si además refrendan eso en un manual de economía, mucho más todavía. Probablemente se reirán de quienes crean que las cosas pueden ser de otro modo. Esto, por supuesto, es una opción política y es lo que también hay que discutir.

*Este texto fue publicado en el Nº15 de Noticias Universitarias, revista de la Universidad Nacional de Cuyo en julio de 2011. Aparentemente han sacado la publicación de la red.

Imagen: De Conceptos.com


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