sábado, 8 de enero de 2022

Una carta de París


Por: Carlos Almenara

Atravesamos tiempos que ponen a prueba todas nuestras teorías explicativas del lazo social. Sobre la revolución tecnológica y semiótica de la segunda década del siglo XXI, el Covid-19 ha terminado de poner seriamente en aprietos lo que se creía entender.

Así, asistimos a acontecimientos difícilmente predecibles. En conjunto no sería sencillo describirlos pero una buena síntesis lo constituyen los “antivacuna”.

El fenómeno es antropológicamente muy complejo pero comparte familia con otras “curiosidades” de época. Fácilmente se lo relaciona con manifestaciones anti racionales y anticientíficas, empezando por los llamados “terraplanistas”. Entonces, hay una primera cuestión: lo irracional.

La ciencia, como enseñaba Mario Bunge, es la mayor expresión cultural de la civilización humana. Hay muchos tipos de saberes, los humanos los aplicamos en distintos órdenes de nuestra vida, la intuición, la experiencia, ideas místicas, creencias religiosas, instinto, estética y otros. Ninguno supera a la ciencia en materia de explicación, retrodicción y prognosis.

La ciencia no está exenta de crítica, discusión, polémica y farsantes. Buena parte del debate se da internamente a la ciencia. Así, existe disputa de paradigmas, hipótesis centrales acerca del funcionamiento de los hechos relativos a una disciplina. Con el pesimista Thomas Kuhn podemos decir que el cambio en los paradigmas científicos no se produce porque los científicos “se convencen” sino porque los viejos científicos mueren y los jóvenes llegan con nuevas ideas. Y aún más, Kuhn trató especialmente las ciencias naturales, en el caso de las ciencias sociales la coexistencia de distintos paradigmas, incluso contradictorios, se da coetáneamente.

Incluso así la ciencia deja fuera sinnúmero de hipótesis atendibles. También puede ser colonizada por farsantes. Tengo un ejemplo a mano para esto: los premios nobeles de Economía. Una caterva de predicadores del neoliberalismo lo ha recibido. Me refiero a propagandistas propiamente “anticientíficos”. Se puede alegar que esos premios no definen la disciplina, pero es una débil refutación. Recurriendo nuevamente a Mario Bunge decimos que esta economía ortodoxa es la más peligrosa de las “pseudociencias”, disciplinas que, con ropajes científicos, contrabandean dogmas y categorías que no resistirían un análisis profundo e imparcial. Para Bunge era la más peligrosa porque lleva al hambre y a la muerte a cientos de millones de personas.

Este excurso epistemológico sirve para introducir la primera novedad. Tecnología, semiótica y Covid arrasaron con la ciencia. Básicamente todos los discursos son socialmente colocados a un mismo nivel de legitimidad, entonces, la recomendación de cualquier médico, biólogo o repartición pública de “no tomar lavandina” compite con Viviana Canosa que en pantalla recomienda su consumo vía oral. Todo en pie de igualdad. Peor, Canosa tiene cientos de miles de televidentes dispuestos a creerle. Y así fue que murió gente por seguir el consejo de Canosa.

Canosa recomendó ingerir lavandina


Gente la tomó enserio y terminó muerta

Tan dramático es el contraste. Es claro que con Canosa nos acercamos a los antivacuna. Espere, por favor querido lector, que hay más por analizar.

Sin embargo la ciencia ostenta una legitimidad que tiene valor. O al menos eso piensa Horacio Rodríguez Larreta que aplicó las peores políticas sanitarias de cualquier distrito argentino en toda la pandemia a pesar de tener más vacunas y más pronto que cualquier otro, pero siempre “en nombre de la ciencia”. “Nuestras políticas están respaldadas por la ciencia” decía mientras abría escuelas que cerraba a las semanas por infecciones masivas. La Corte, que responde al macrismo, lo habilitó a matar decenas de niños y docentes para hacer propaganda. El modo de caracterizar el discurso de Larreta es claro, es un mentiroso. Chanta Feroz le dice Víctor Hugo. Como su jefe Macri, no dice ni una sola verdad. Lo que quería señalar es lo siguiente: Larreta tuvo el peor desempeño sanitario como distrito, introdujo las variantes Delta y Ómicron al país, pero el personaje decía que lo hacía “en nombre de la ciencia”. Es decir, la contracara en espejo e igualmente falaz de la versión Canosa. Canosa pretende al curandero que recomienda lavandina al nivel del biólogo, Larreta actúa como curandero pero dice hacerlo “en nombre de la ciencia”.

A setiembre de 2021 nuestro análisis, con datos oficiales, colocaba a CABA como el distrito que, por lejos, tenía mayor cantidad de muertos en relación a sus habitantes. VER:  https://la5tapata.net/pandemia-suarez-no-nos-cuido/

Veo que el texto, para los cánones de la revolución tecnológica-semiótica se vuelve extenso y que por otro lado sería inagotable el análisis de las causas y naturaleza de lo que quiero establecer como hipótesis (bastante evidente, por cierto): hay una nueva subjetividad que exacerba un tipo particular de individualismo, un individualismo funcional al poder.

Repasemos, banalización de la ciencia al tiempo que curanderos disfrazados de científicos, todos discursos que se pretenden igualmente legítimos. Asimismo una revolución tecnológica que difumina los límites de lo virtual y lo real. Pero sobre todo, y como causa eficiente, una derecha desbocada que quemó todos sus compromisos con la vida y emprendió una revolución semiótica del exterminio. De los tres puntos hemos analizado el primero, quedan los otros dos para seguir compartiéndolos. Mi tesis es estos tres factores confluyen en la conformación una nueva subjetividad.

En esa nueva subjetividad predomina lo individual a lo colectivo, lo emocional a lo racional, lo expresivo a lo reflexivo o fundamentado, los discursos son equivalentes en cuanto a legitimidad como ya mostramos. Una subjetividad superficial, en que no existen convicciones sino creencias pasajeras aunque ellas sean profundas y lleven al fanatismo o la violencia.

Un párrafo merece la curiosa situación de la sospecha, de la conspiración. Aparecen las más insólitas teorías conspirativas, sin embargo en ninguna de ellas, hasta donde conozco, surge como denuncia el mayor escándalo de la organización social del último siglo: una concentración de la riqueza a los mayores niveles de la historia de la humanidad. Es decir, los poderes oscuros son capaces de realizar las más rebuscadas trapisondas excepto lo que realizan a la luz del día: quedarse con la guita.

Ahora sí, si el lector me acompaña, vamos al tema.

Esta nueva subjetividad ha puesto en severos problemas a los gobiernos débiles con la emergencia del covid. Aún no estamos en condiciones de dimensionar la hecatombe. Imágenes horribles como filas de camiones transportando cadáveres en las noches del norte italiano, o fosas comunes en el corazón de Nueva York. Pareciera bastante claro que la organización social china fue más eficiente que la occidental pero esto sería materia de otra discusión. Lo que acá importa es que los gobiernos occidentales democráticos enfrentaron y enfrentan una fenomenal crisis de legitimidad.

Esto es, un gobierno puede recomendar el barbijo, puede hacer obligatorio el barbijo en todos o en ciertos espacios y no faltarán grupos numerosos que se opongan alegando “un atentado a su libertad individual”. Todo lo previo es necesario para vislumbrar al “sujeto” que reclama “libertad”. Por supuesto que en este marco lo que ellos llaman libertad es en realidad capricho criminal, un uso del propio cuerpo como agente de daño a terceros. Hombres bomba, como los quiere el poder.

Esa nueva subjetividad, bien trabajada por los medios hegemónicos, realiza otro servicio. Pone en cuestión la soberanía estatal, el poder de imperio del Estado para imponer la norma. Estos desquiciados ‘ma non troppo’ dirán al Estado: “ud. no se puede meter conmigo”. Pero los gigantes corporativos sí, se pueden meter con cada uno de los habitantes. Y sin control colectivo, porque el Estado, según nos convencieron estos “liberotarios” (E. Bollati dixit), es enemigo de la libertad y no debe inmiscuirse.

A ese sujeto, al individuo que antepone capricho delirante a salud pública, a los que pusieron en aprietos el poder de gobiernos de países centrales, Emmanuel Macron les dice “los quiero emmerder”.

Los medios lo traducen como “joder” aunque no parece que nos alejemos de la intención del emisor si decimos que “los quiere hacer mierda”.

La entrevista de Le Parisien sólo está disponible para suscriptores así que linkeo El País y Télam.

https://elpais.com/sociedad/2022-01-04/macron-dice-que-quiere-fastidiar-a-los-no-vacunados.html

https://www.telam.com.ar/notas/202201/579941-macron-francia-no-vacunados-coronavirus.html

Por supuesto, mi opinión es especulativa. No estoy ni en la cabeza ni en gabinete de Macron. No creo que haya sido una grosería azarosa. Entiendo que fue una contundente frase planificada. Francia es un país del que es perfectamente esperable una respuesta seria al terrorismo semiótico. Y los políticos franceses suelen no ser improvisados al respecto.

Al sujeto caprichoso se le responde con toda la fuerza de la legitimidad democrática. Claro que Macron, un hombre de derecha, corre con ventaja para hacerlo. La derecha no enfrenta los cucos que construyen contra las fuerzas progresistas. Nadie tratará de tirano o dictador a Macron por esto.

El futuro siempre es desconocido, abierto a la sorpresa, incierto. No sabemos si funcionará bien o no la apuesta comunicacional de Macron. Pero no estaría mal, también en Argentina, tomar nota que a los caprichosos se les responde de modo categórico.

Al final eso es mejor para el conjunto, y hasta ellos estarán más contentos. Y como niños chicos, se olvidarán de su lucha contra la vacuna y encontrarán un nuevo capricho con el cual entusiasmarse. 



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