Por: Carlos
Almenara
Atravesamos tiempos que ponen a prueba todas
nuestras teorías explicativas del lazo social. Sobre la revolución tecnológica
y semiótica de la segunda década del siglo XXI, el Covid-19 ha terminado de
poner seriamente en aprietos lo que se creía entender.
Así, asistimos a acontecimientos difícilmente
predecibles. En conjunto no sería sencillo describirlos pero una buena síntesis
lo constituyen los “antivacuna”.
El fenómeno es antropológicamente muy
complejo pero comparte familia con otras “curiosidades” de época. Fácilmente se
lo relaciona con manifestaciones anti racionales y anticientíficas, empezando
por los llamados “terraplanistas”. Entonces, hay una primera cuestión: lo irracional.
La ciencia, como enseñaba Mario Bunge, es la
mayor expresión cultural de la civilización humana. Hay muchos tipos de
saberes, los humanos los aplicamos en distintos órdenes de nuestra vida, la
intuición, la experiencia, ideas místicas, creencias religiosas, instinto, estética
y otros. Ninguno supera a la ciencia en materia de explicación, retrodicción y
prognosis.
La ciencia no está exenta de crítica,
discusión, polémica y farsantes. Buena parte del debate se da internamente a la
ciencia. Así, existe disputa de paradigmas, hipótesis centrales acerca del
funcionamiento de los hechos relativos a una disciplina. Con el pesimista
Thomas Kuhn podemos decir que el cambio en los paradigmas científicos no se
produce porque los científicos “se convencen” sino porque los viejos científicos
mueren y los jóvenes llegan con nuevas ideas. Y aún más, Kuhn trató especialmente
las ciencias naturales, en el caso de las ciencias sociales la coexistencia de
distintos paradigmas, incluso contradictorios, se da coetáneamente.
Incluso así la ciencia deja fuera sinnúmero
de hipótesis atendibles. También puede ser colonizada por farsantes. Tengo un
ejemplo a mano para esto: los premios nobeles de Economía. Una caterva de
predicadores del neoliberalismo lo ha recibido. Me refiero a propagandistas
propiamente “anticientíficos”. Se puede alegar que esos premios no definen la
disciplina, pero es una débil refutación. Recurriendo nuevamente a Mario Bunge
decimos que esta economía ortodoxa es la más peligrosa de las “pseudociencias”,
disciplinas que, con ropajes científicos, contrabandean dogmas y categorías que
no resistirían un análisis profundo e imparcial. Para Bunge era la más
peligrosa porque lleva al hambre y a la muerte a cientos de millones de
personas.
Este excurso epistemológico sirve para
introducir la primera novedad. Tecnología, semiótica y Covid arrasaron con la
ciencia. Básicamente todos los discursos son socialmente colocados a un mismo
nivel de legitimidad, entonces, la recomendación de cualquier médico, biólogo o
repartición pública de “no tomar lavandina” compite con Viviana Canosa que en
pantalla recomienda su consumo vía oral. Todo en pie de igualdad. Peor, Canosa
tiene cientos de miles de televidentes dispuestos a creerle. Y así fue que
murió gente por seguir el consejo de Canosa.
Canosa recomendó
ingerir lavandina
Gente la tomó enserio y terminó muerta
Tan dramático es el contraste. Es claro que con Canosa nos acercamos a los antivacuna. Espere, por favor querido lector, que hay más por analizar.
Sin embargo la ciencia ostenta una
legitimidad que tiene valor. O al menos eso piensa Horacio Rodríguez Larreta
que aplicó las peores políticas sanitarias de cualquier distrito argentino en
toda la pandemia a pesar de tener más vacunas y más pronto que cualquier otro,
pero siempre “en nombre de la ciencia”. “Nuestras políticas están respaldadas
por la ciencia” decía mientras abría escuelas que cerraba a las semanas por
infecciones masivas. La Corte, que responde al macrismo, lo habilitó a matar
decenas de niños y docentes para hacer propaganda. El modo de caracterizar el
discurso de Larreta es claro, es un mentiroso. Chanta Feroz le dice Víctor Hugo.
Como su jefe Macri, no dice ni una sola verdad. Lo que quería señalar es lo
siguiente: Larreta tuvo el peor desempeño sanitario como distrito, introdujo
las variantes Delta y Ómicron al país, pero el personaje decía que lo hacía “en
nombre de la ciencia”. Es decir, la contracara en espejo e igualmente falaz de
la versión Canosa. Canosa pretende al curandero que recomienda lavandina al
nivel del biólogo, Larreta actúa como curandero pero dice hacerlo “en nombre de
la ciencia”.
A setiembre de 2021 nuestro análisis, con
datos oficiales, colocaba a CABA como el distrito que, por lejos, tenía mayor
cantidad de muertos en relación a sus habitantes. VER: https://la5tapata.net/pandemia-suarez-no-nos-cuido/
Veo que el texto, para los cánones de la
revolución tecnológica-semiótica se vuelve extenso y que por otro lado sería
inagotable el análisis de las causas y naturaleza de lo que quiero establecer
como hipótesis (bastante evidente, por cierto): hay una nueva subjetividad que
exacerba un tipo particular de individualismo, un individualismo funcional al
poder.
Repasemos, banalización de la ciencia al
tiempo que curanderos disfrazados de científicos, todos discursos que se pretenden
igualmente legítimos. Asimismo una revolución tecnológica que difumina los
límites de lo virtual y lo real. Pero sobre todo, y como causa eficiente, una
derecha desbocada que quemó todos sus compromisos con la vida y emprendió una
revolución semiótica del exterminio. De los tres puntos hemos analizado el
primero, quedan los otros dos para seguir compartiéndolos. Mi tesis es estos
tres factores confluyen en la conformación una nueva subjetividad.
En esa nueva subjetividad predomina lo individual
a lo colectivo, lo emocional a lo racional, lo expresivo a lo reflexivo o
fundamentado, los discursos son equivalentes en cuanto a legitimidad como ya
mostramos. Una subjetividad superficial, en que no existen convicciones sino
creencias pasajeras aunque ellas sean profundas y lleven al fanatismo o la
violencia.
Un párrafo merece la curiosa situación de la
sospecha, de la conspiración. Aparecen las más insólitas teorías conspirativas,
sin embargo en ninguna de ellas, hasta donde conozco, surge como denuncia el
mayor escándalo de la organización social del último siglo: una concentración
de la riqueza a los mayores niveles de la historia de la humanidad. Es decir,
los poderes oscuros son capaces de realizar las más rebuscadas trapisondas
excepto lo que realizan a la luz del día: quedarse con la guita.
Ahora sí, si el lector me acompaña, vamos al
tema.
Esta nueva subjetividad ha puesto en severos
problemas a los gobiernos débiles con la emergencia del covid. Aún no estamos
en condiciones de dimensionar la hecatombe. Imágenes horribles como filas de
camiones transportando cadáveres en las noches del norte italiano, o fosas
comunes en el corazón de Nueva York. Pareciera bastante claro que la
organización social china fue más eficiente que la occidental pero esto sería
materia de otra discusión. Lo que acá importa es que los gobiernos occidentales
democráticos enfrentaron y enfrentan una fenomenal crisis de legitimidad.
Esto es, un gobierno puede recomendar el
barbijo, puede hacer obligatorio el barbijo en todos o en ciertos espacios y no
faltarán grupos numerosos que se opongan alegando “un atentado a su libertad
individual”. Todo lo previo es necesario para vislumbrar al “sujeto” que
reclama “libertad”. Por supuesto que en este marco lo que ellos llaman libertad
es en realidad capricho criminal, un uso del propio cuerpo como agente de daño
a terceros. Hombres bomba, como los quiere el poder.
Esa nueva subjetividad, bien trabajada por
los medios hegemónicos, realiza otro servicio. Pone en cuestión la soberanía
estatal, el poder de imperio del Estado para imponer la norma. Estos
desquiciados ‘ma non troppo’ dirán al Estado: “ud. no se puede meter conmigo”.
Pero los gigantes corporativos sí, se pueden meter con cada uno de los
habitantes. Y sin control colectivo, porque el Estado, según nos convencieron
estos “liberotarios” (E. Bollati dixit), es enemigo de la libertad y no debe
inmiscuirse.
A ese sujeto, al individuo que antepone
capricho delirante a salud pública, a los que pusieron en aprietos el poder de
gobiernos de países centrales, Emmanuel Macron les dice “los quiero emmerder”.
Los medios lo traducen como “joder” aunque no
parece que nos alejemos de la intención del emisor si decimos que “los quiere
hacer mierda”.
La entrevista de Le Parisien sólo está
disponible para suscriptores así que linkeo El
País y Télam.
https://elpais.com/sociedad/2022-01-04/macron-dice-que-quiere-fastidiar-a-los-no-vacunados.html
https://www.telam.com.ar/notas/202201/579941-macron-francia-no-vacunados-coronavirus.html
Por supuesto, mi opinión es especulativa. No
estoy ni en la cabeza ni en gabinete de Macron. No creo que haya sido una
grosería azarosa. Entiendo que fue una contundente frase planificada. Francia
es un país del que es perfectamente esperable una respuesta seria al terrorismo
semiótico. Y los políticos franceses suelen no ser improvisados al respecto.
Al sujeto caprichoso se le responde con toda
la fuerza de la legitimidad democrática. Claro que Macron, un hombre de
derecha, corre con ventaja para hacerlo. La derecha no enfrenta los cucos que
construyen contra las fuerzas progresistas. Nadie tratará de tirano o dictador
a Macron por esto.
El futuro siempre es desconocido, abierto a
la sorpresa, incierto. No sabemos si funcionará bien o no la apuesta
comunicacional de Macron. Pero no estaría mal, también en Argentina, tomar nota
que a los caprichosos se les responde de modo categórico.
Al final eso es mejor para el conjunto, y hasta ellos estarán más contentos. Y como niños chicos, se olvidarán de su lucha contra la vacuna y encontrarán un nuevo capricho con el cual entusiasmarse.
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