lunes, 29 de marzo de 2010

82% de consenso

Por: Carlos Almenara
c.almenara@hotmail.com

Los que querían consenso, aquí lo tienen. Éste es el famoso consenso. ¿Qué creían que era?
Esto es el consenso: el acuerdo de espaldas al pueblo. El consenso, como se presenta en estos tiempos al menos, es la transacción entre poderosos (incluidos pregoneros de poderosos que como en este caso a veces meten cuchara).
La Legislatura de Mendoza aprobó en secreto una jubilación de privilegio para sus miembros. Su aprobación fue unánime. ¿Hay mejor muestra de consenso?
Es que teórica y prácticamente, consenso no ha sido otra cosa. ¿Puede ser otra cosa? Bueno, quien lo diga que argumente por qué. No es ninguna casualidad que el proyecto sea autoría de un miembro del partido del señor Cobos-Consenso.
La novedad, la excepcionalidad, de los últimos años en el país fue que luego de muchos años de consenso, un gobierno nacional pateó el tablero. Asumió la representación de los que no estaban en esas mesas, que son los más.
Sólo un gobierno que cuestionó los consensos previos pudo impulsar juicios a genocidas que ya habían sido perdonados entre gallos y medianoches, pudo liberarnos del Fondo Monetario que desde la crisis de la deuda del ’82 condicionó hacia el ajuste la política económica nacional, pudo renegociar la deuda, estatizar los fondos jubilatorios, lograr la inversión educativa más alta de la historia, sancionar una ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que democratiza la radio y la televisión. Estos entre otros muchos logros que no son fruto del consenso, sino de la voluntad y el proyecto político. El consenso iba en otra dirección.
El consenso fue el que nos llevó al desastre de 2001. El consenso de una “clase” política autonomizada de su pueblo. El consenso del poder económico sentenciando sobre el quehacer de los funcionarios, dándoles instrucciones. El consenso de funcionarios que no atienden a los vecinos porque saben que su permanencia se juega en otras “aceptaciones”.
El consenso ha sido y es el desprecio del pueblo.
Para quienes se angustian frente al conflicto: de eso se trata la democracia. De los conflictos, de las reglas de juego y de su respeto.
Es nuevamente paradójico el planteo de los señores consenso: avalan a los patrones sojeros que cortan las rutas y desabastecen el país y pretenden escandalizarse porque la presidenta habla en nombre del pueblo y les dice a algunos jueces que son impresentables. Callan bien callado sobre la acusación de que el multimedios más poderoso del país no respeta la libertad de sus periodistas pero simulan, inventan excusas en nombre de la libertad de prensa para cuestionar la ley que democratiza la comunicación.
Pues no señores, es precisamente al revés. El deber de cualquier político de bien es asumir esa representación popular y el deber de cualquier ciudadano es cumplir la ley, no consensuar sino respetar las reglas de resolución de conflictos acordadas.
Pero en definitiva y la tesis central de estas líneas es la siguiente: en Mendoza y en Argentina hay una “clase” política cínica, que no cree en el pueblo y sólo cuida su bolsillo. Que está convencida que la única manera de hacer carrera es con el favor del poder real y es a él a quien servir. Es esto lo que da como consecuencia estas jubilaciones y otros privilegios.
Eso pide a gritos una renovación.
El gobierno nacional ha dado muestras muy positivas de independencia del poder real, lamentablemente no avanzó lo suficiente en renovar la dirigencia y prácticas políticas.
No es ninguna casualidad, no es un error ni es espontánea la jubilación de privilegio que aprobaron. Lo volverán a hacer, de éste u otro modo. Está en la naturaleza de las cosas y personas involucradas.
Sólo la participación ciudadana, el compromiso político de los trabajadores, de los vecinos, con ansia de renovación profunda de la representación y de las identidades políticas cambiará este estado de cosas. Pero no sólo nuevos políticos, más identificados con la suerte de las mayorías sino también independientes del poder real, que es ése el origen de esta perversión de la política. Porque si los legisladores aprenden que sólo sirviendo al poder real pueden sustentarse, lo harán, y hecho esto, por qué escandalizarse de algo menor como la jubilación. La renovación sólo será fructífera si podemos discriminar con sentido crítico los mensajes que recibimos y las conductas de los actores. Para el cínico, nada mejor que presentar a todos como cínicos. Si aceptamos eso estamos perdidos. Es el mensaje de la resignación.

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