Por: Carlos Almenara*
El
gobierno nacional anunció el viernes 14 de febrero un sustancial aumento en las
jubilaciones mínimas y de los montos inferiores. El incremento porcentual
disminuye a medida que los ingresos aumentan.
Desde la
asunción de Alberto Fernández ésta ha sido la tónica. Aumentos mayores a
quienes menos reciben, quienes han superado por mucho los niveles
inflacionarios.
Estos
aumentos cumplen con una promesa de campaña. En realidad cumplen con dos
promesas de campaña. La primera, lo específico de qué pasaría con las
jubilaciones, la segunda es el postulado macroeconómico en que se sustenta la
idea del gobierno.
Con las
cuentas públicas desquiciadas, con cepo al dólar, vaciamiento de las cajas
estatales (no sólo reservas de BCRA, sino fondo de ANSES y hasta créditos
fraudulentos de la banca pública), con inflación descontrolada, con la deuda en
default (usan la palabra “reperfilamiento” para edulcorarlo), los márgenes de
maniobra del nuevo gobierno son estrechísimos. Desde ya que no entramos a
analizar la catástrofe de la pobreza e indigencia crecientes, el hambre, el
desempleo, la destrucción empresaria, el industricidio y el resto de la
hecatombe que los argentinos conocemos.
El
planteo del Frente de Todos en campaña fue producir un shock de consumo. ¿Cómo
hacerlo en semejante panorama donde no sólo no hay un peso, hay un virtual
default?
Lo que
los economistas llaman la “propensión marginal al consumo” (PMC) es un concepto
que representa cuántos centavos de cada peso que recibe una persona promedio se
van a consumir. Keynes sostuvo que esa proporción tiene cierta persistencia en
tiempo. ¿Se entiende de qué hablamos? Si una persona recibe 1 peso más en sus
ingresos, qué parte de ese peso lo destinará a comprar comida, elementos de
limpieza, salidas al cine y todo tipo de “consumo”, y qué parte será destinado
a ahorro. En la macroeconomía más difundida NO hay infinitos usos para los
ingresos, ese dinero se puede consumir o se puede ahorrar. Lo que no se consume
se ahorra y viceversa.
La PMC
es un promedio para una sociedad, pero, evidentemente, hay casos (y promedios)
muy distintos. Si una persona indigente recibe ingresos extra es esperable que
consuma todo o casi (PMC cercana a 1), una persona de clase media es esperable
que consuma una buena parte de los ingresos extra pero otra parte la ahorre, un
multimillonario seguramente ahorrará la mayor parte de los ingresos adicionales
(PMC cercana a cero).
¿Y qué importancia tiene la PMC?
Uno de
los hallazgos de John Maynard Keynes es que la PMC determina el efecto
“multiplicador” de un ingreso adicional en la economía. Un peso más en el gasto
del país, sea hecho por la “Inversión” privada o el “Gasto” estatal no agota su
efecto económico en el bien que se compra. El peso que gasta la beneficiaria de
Asignación Universal pasa al almacenero y el almacenero a su vez lo gasta en el
mayorista, el mayorista le compra al industrial, el industrial..., lo que se
conoce como “la rueda de la economía”. Pero esa rueda gira siempre y cuando ese
peso se gaste. Si en lugar de
gastarse ese peso se ahorra, la rueda no gira.
Hemos
hablado de la propensión a consumir. Se puede categorizar como un promedio en
un país, pero claro, algunos sectores consumirían todo lo que pudieran porque
no llegan a lo mínimo y otros, si aumentan sus ingresos, ahorrarán más. El
impacto es distinto para la producción nacional.
Aumentar
los ingresos de los sectores más postergados genera un impacto en la economía
muy superior que aumentar los ingresos de las clases altas o medias, por
aquello del efecto multiplicador de la PMC.
Entonces,
el plan económico del gobierno nacional, de reactivar la economía argentina
luego de una enorme caída, a través del consumo interno tiene en los sectores
más vulnerables, los indigentes, las jubilaciones mínimas, los mejores aliados;
aliados no del gobierno, de la recuperación económica.
El problema de Bismarck
Los
sistemas de pensiones surgen al mundo en la década del ’80 del Siglo XIX
impulsados por el Canciller alemán Otto Von Bismarck.
Presionado
por las demandas sociales, un floreciente sindicalismo y un socialismo fuerte,
Bismarck envía su proyecto al Reichstag sosteniendo que “aquellos que están
incapacitados para trabajar por edad e invalidez tienen el derecho de ser
cuidados por el Estado”.
El tema
de las pensiones bismarckianas fueron los ancianos desamparados.
La
evolución posterior y sus modos de financiamiento llevaron a una presentación
diferente: se planteó en diversos momentos como un mecanismo de capitalización
forzosa donde se aportaba durante la vida activa y se cobraba según cálculos
actuariales al final de la vida. El epítome de ese sistema es el régimen de
capitalización que en Argentina quebró en 2008.
El
dilema, entonces, al que los sistemas de pensiones deben enfrentar en los
países capitalistas es siempre esta tensión:
- Las jubilaciones y pensiones existen porque la comunidad decidió que nadie puede quedar afuera y, en consecuencia, deben ser igualitariamente lo más altas posibles.
- Responden a un sistema de ahorro durante la vida laboral que se consume en la “edad pasiva”. En este régimen las jubilaciones son dramáticamente desiguales siendo reproductoras de las diferencias propias de los sistemas capitalistas. Aquí no importa si hay una gran distancia sino que “a cada quien lo suyo” y si para algunos no alcanza no es motivo del régimen previsional. En esta opción, que es la permanente de la derecha, no hace falta el Estado. Los bancos privados tienen una gran variedad de productos financieros que satisfacen estos parámetros.
La
crítica a la lógica de la capitalización para el régimen previsional tiene una
extensa panoplia de argumentos. Por lo pronto, como dijimos, en Argentina
quebró. Quebró el sistema (es decir las personas que deberían jubilarse) no las
AFJP que hicieron un pingüe negocio. El argumento del financiamiento se rebate
fácilmente mostrando que rentas generales aportan buena parte de los
requerimientos financieros.
Las
decisiones gubernamentales actuales parecieran querer abandonar el segundo polo
para aproximarse algo al primero. Si esto es así, no alcanza con las medidas
propiamente dichas, hay que explicarlas, hay que fundamentarlas, hay que dar la
discusión axiológica. Hay que decir, como Bismarck, que “los incapacitados para
trabajar tienen derecho a ser cuidados por el Estado” y que de eso se trata el
régimen previsional.
Con
medidas concretas plausibles, conmovedoras, entiendo que hay allí una carencia
del gobierno y del campo popular en su conjunto.
*Docente
y periodista. Autor de “El faneróscopo de Eliseo. La máquina semiótica del
grupo Clarín”.
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